martes, 5 de noviembre de 2013

'Rebobina': ¡primera entrega!


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Terraza de una cafetería de la Avenida del Gran Capitán, Córdoba.
Septiembre, 2013.

Sí, sí, por supuesto que sí. Fui yo el que le habló de Elston Gunn a aquel joven de gafas grandes… Juan Águila creo recordar que era su nombre. Sí, así se llamaba; uno no olvida a un sujeto tan peculiar. Y ya le digo: fui yo, no ningún otro, el que le instó a escribir el libro y resolver el enigma; lo puse a prueba, desperté su interés por el asunto y no me arrepiento… Pero claro que puede grabar lo que se le antoje. La conversación, claro, claro; faltaría más… Siéntese, siéntese, por favor. Estas no son maneras de iniciar una charla. Venga, póngase cómodo. ¿No se quita la americana? Ah, pues está usted equivocado por completo. Cada vez que el tiempo es liviano yo aprovecho para quedarme en mangas de camisa y airear la piel, que luego vendrán los fríos del invierno, ya sabe. En fin, como usted guste. Si está cómodo… Espero que no le importe que ya haya empezado sin usted. A cierta edad resulta espantoso tener la boca seca. Se le queda a uno la lengua pegada al paladar, una sensación horrible… No, no, por favor, tutéeme. Nada de don Amadeo o señor Garrido. No estoy cómodo con esa deferencia en el trato. Le echa a mi pobre corazón más años de los que ya tiene y, créame, son unos cuantos. Pero, aunque vea mi barba blanca, mi espíritu sigue siendo joven.

De modo que llámeme Amadeo o, mejor, Ama; mis amigos me conocen por Ama. Aunque, sinceramente, no recuerdo por qué me empezaron a llamar de forma tan abreviada, ni tampoco caigo ahora quién fue el primero en hacerlo, quién fue el creador de tal denominación. ¿Sabe? Al principio, no me agradaba oírla, pero la vida nos familiariza con todo. Por lo que llámeme Ama, espero que esté de acuerdo… ¿Y qué va a tomar? Ah, sí, y yo también me esforzaré. No me es fácil, ya que guardo hábito de conservar el trato de cortesía cuando me dirijo a un recién conocido. Pero, supongo, que si le pido… Bueno, si te pido que me tutees, no me queda más remedio que pagarle, digo pagarte, con la misma moneda. Lo intentaré…

Entonces, ¿qué tomas? Te recomiendo este pacharán que me estoy bebiendo. Sabe a gloria. Su fragancia le llena a uno el paladar, aunque entorpece la lengua, no te lo niego. No debo beber mucho, tan sólo una copa me permito, eso sí, grande y de balón; si bebo más mi relato, las respuestas a tus preguntas, se volverán confusas y embrolladas. Le… Te pido que seas benévolo con mi memoria, cada vez se halla más desmemoriada. Y no bromeo, ya me gustaría.

Te decía antes que fui yo y no ningún otro el que puso a Águila sobre la pista de Elston Gunn y su canción perdida. Leñe, parece que ocurrió ayer mismo y eso que ya ha transcurrido su buen tiempo… Me entrevisté con Juan una tarde como la de hoy, pero no nos vimos aquí sino en Málaga, muy cerca de la playa, en un bar colindante al paseo marítimo. Se encuentra en el barrio de Pedregalejo. Aquello es precioso; no sé si conoces la zona… Tienes el mar enfrente de ti y las nubes, algodonosas y blancas cuando tapan el cielo y su azul irreal (¡qué luz la del Sur!), se deslizan en eterna fuga delante de tus ojos. Y ves bullir el mar verde y el batir de las olas contra la orilla, también la subida y la bajada de la marea puedes presenciar si aguantas allí las horas suficientes y, hazme caso, no es algo difícil de lograr, ya que allí uno entra en trance y el tiempo se escapa, literalmente, volando. Además, el ambiente es muy animado, siempre hay gente de todo tipo, jóvenes y mayores, extranjeros y de la tierra, paseando y tomando algo en una u otra terraza. A mí me gusta mucho aquello, como ya te harás una idea a partir de mis palabras. De hecho, paso buena parte del año en la Costa del Sol, pese a haber nacido aquí, en Córdoba, y haber desarrollado toda mi carrera profesional en esta ciudad que pisamos, Patrimonio de la Humanidad.

Pero a día de hoy mi condición de jubilado me permite hacer cualquier cosa que se me antoje; dentro de unos límites, algo lógico… Por tanto, disfruto de largas temporadas en la playa y como se conoce que, pese a no estar ya en activo, mi reputación o lo que queda de ella me precede, cierto día (uno cualquiera, la verdad), recibí la llamada de un periodista que decía llamarse Juan Águila. Quería entrevistarme para el periódico en el que trabajaba, uno de tirada local y no muy leído entre la sociedad malagueña. No quisiera sonar hiriente ni cruel, ya que nada tengo en contra del medio de comunicación en cuestión. La proposición no me sedujo especialmente, no le mentiré… No te mentiré. Ves que me cuesta, ¿no? Mas no tenía nada que hacer, salvo sestear tranquilo, dar mi obligatorio paseo diario y poner al día mis lecturas atrasadas. De tal forma que acepté y concerté con Juan un encuentro junto al paseo marítimo para la víspera de lo que por entonces era nuestro mañana, ahora perdido en la repetitiva rutina de los días… Camarero, por favor… Sí, ¿me la rellenas? Hazme el favor, que tanto contar me está dejando la garganta dolorida y mi historia no ha hecho sino arrancar. No se puede hablar sin beber, estoy convencido de ello. No me juzgues severamente; quien dice que sólo dará cuenta de una copa, siempre acaba tomándose dos, como poco. Y tráele otra cerveza a este caballero, que ya tiene ésa por debajo de la mitad, en niveles críticos…

Por cierto, el joven Águila también bebía cerveza. Se declaró muy aficionado de la importada; me dijo que le daba igual la marca siempre que no estuviese hecha en España. Supongo que sería una rareza o manía personal, todos tenemos alguna… El caso es que aquella tarde los dos bebimos cerveza y nos tomamos unas cuantas. Tal vez se nos fue la mano. Lo que es seguro es que se nos hizo de noche entre trago y trago, y entre frase y frase. Aunque lo más curioso es que al principio el muchacho no estaba nada entusiasmado con la idea de tener que compartir su tiempo con un anciano como yo. Su gesto transmitía cansancio y fatiga. Sus preguntas eran rutinarias, sin alma; no sé si me explico… Le habían encargado hacerme la entrevista y él iba a cumplir con el trámite, como suele decirse; nada más. Así que me decía don Amadeo, ¿cómo fueron sus orígenes en el mundo de las editoriales? También me preguntó qué libro era mi favorito y de cuál estaba más orgulloso de haber rescatado del olvido… Todavía puedo verle, sentado enfrente de mí, con la grabadora sobre la mesa de madera, entre los dos (exactamente igual que sucede hoy, todo se repite), y la vista esporádicamente volcada hacia una libreta de hojas blancas en la que garateaba de modo convulso. Lo recuerdo como si lo hubiese vivido ayer mismo o incluso hoy. Y Juan, si me permite apuntarlo, se daba un aire con usted… Contigo. Su pelo rizado, similar al tuyo, aunque no tanto, el suyo era ondulado. Eso sí, el color era el mismo: un castaño que pretende ser claro. Y luego portaba sobre la nariz unas gafotas enormes que le restaban la poca credibilidad que su juventud no le había arrebatado ya. No te ofendas, pero os dais un aire. Tus gafas son más rectangulares y discretas. Bueno, en algo también os diferenciáis, los ojos de Águila eran muy azules, de un tono muy intenso. Llamaban la atención incluso desde detrás de las lentes, algo ocultaban que no llegué a desentrañar…

Pese a su desganado trato hacia mí, me cayó extraordinariamente bien aquel joven. Y es que algo fuera de lo común aconteció, de igual forma que una extraña energía parecía brotar de él. Verás. Justo antes de comenzar la batería de preguntas que me tenía preparada, le inquirí, por aquello de crear cierta confianza o cordialidad entre nosotros, acerca de su cometido en el diario. Me explicó de mala gana que tecleaba cualquier información que le encargasen sus jefes; también me dijo que a menudo escribía el horóscopo y presumía de no acertar nunca… Por lo visto, se había comprado a través del ordenador un libro que señalaba las pautas y los códigos necesarios a la hora de desentrañar el incierto futuro. En nada de aquello él creía. Su actitud ante la vida parecía la de alguien abatido, la estoica pose de un ser derrotado que sigue su rutina por inercia, no por impulso propio; sin pasión.

El laconismo de Juan me resultó infranqueable y la entrevista se inició con el mismo tono gélido con el que nos estrechamos la mano al saludarnos. Decía que, no obstante, algo sucedió… En cierto momento, tal vez una respuesta o un comentario azaroso por mi parte (este punto no lo recuerdo con precisión), nos hizo abordar el campo musical y descubrí que ese joven era un gran conocedor de antiguas batallitas que yo adivinaba olvidadas por todos salvo por los que todavía quedamos de mi tiempo. Pero Águila, sin obviar su juventud, era una enciclopedia ambulante en cuanto a musicología se refería. Y, lo más destacable, su actitud, incluso su gesto corporal, mutó por completo. El dinamismo contagió su voz y sus ojos refulgieron detrás de las gafotas que usaba. Para mi sorpresa, apagó la grabadora y pasó innumerables hojas de su libreta hasta que encontró una en blanco y ahí… Vaya… Ahí comenzó la auténtica charla. El joven Juan había hallado por accidente, fruto del azar laboral, un filón informativo que podía serle útil, una presa que no debía dejar escapar con vida.

De modo que yo le animé mientras dábamos cuenta de una cerveza tras otra. Mi fluida prosa le dio alas y animó su espíritu. Me encargué de disiparle las escasas dudas que le frenaban, aunque él mismo se habría desecho de ellas sin mi ayuda. Solamente acorté los plazos de espera… Claro, claro, en ese punto es cuando le conté todo lo que sabía de Elston Gunn. Era difícil que yo dominase algún dato que él no guardase en su hermética cabeza. Usted… Tú, si has llegado hasta mí, también tienes que dominar la cuestión, ¿no? Sabrás mucho al respecto: Gunn, la gira de Tom Waits, esa lejana noche de San Juan y la actuación de una canción que nadie recuerda, un tema que no está recogido en ninguna grabación conocida. ¿Acaso existe? ¿Es real? ¿Una leyenda? Yo creo que esa colaboración imposible entre aquellos dos grandes artistas sí se produjo y así se lo expresé a Juan Águila, que, una vez convencido y dispuesto a desentrañar el misterio (quizá con la esperanza de componer un libro con el que hacer dinero y fortuna, para dejar atrás su insulsa trayectoria periodística; tal vez buscando algo más, puede que encontrarse a sí mismo), me pidió consejo. Me preguntó por dónde debía seguir. Entonces, yo le propuse que viajase aquí, a Córdoba, y que se entrevistase con Carlos Bepo, el célebre crítico musical. Le insté a que si tensaba las fibras precisas, mi paisano se mostraría sincero y revelador… No sé si hizo caso a alguno de mis consejos.

En cambio, sí sé qué ocurrió aquella noche, que empezó siendo tarde y acabó más tarde de la cuenta; perdóname estos insulsos juegos de palabras. La edad nos vuelve pedantes. Te decía que… Sí, después de incontables cervezas (no exagero), Juan estaba eufórico y yo también, he de reconocerlo, me achispé ligeramente. Nuestra charla migró a otros derroteros musicales ajenos a los que hoy nos atañen y al motivo que te ha hecho reunirte conmigo e interrogarme. Águila y yo hablamos de música y de grupos antiguos, unos más olvidados que otros. Salieron a colación anécdotas de toda índole y, en un momento dado, Juan me pidió que le acompañase en el acto a su casa, vivía en ese mismo barrio, para enseñarme un disco pirata de Dylan. Me parece que había sido grabado en 1975, en el club ‘The Other End’. Yo jamás había oído hablar de ese LP, editado por fans (según él me confesó). El bardo de Duluth había cantado una fantástica versión de ‘Abandoned love’ que un buen dylanita como yo sabría apreciar. Por tanto, él me insistió que debía escucharla y sin falta.

En circunstancias normales, es decir, estando sobrio, nunca le habría seguido hasta su apartamento. Mas aquella noche lo hice. Primero, qué disgusto me llevé, me tocó abonar la cuantiosa cuenta en el bar, ya que Águila hizo amago de lanzar su mano al bolsillo en busca de la cartera, pero a medio camino se arrepintió y se sinceró conmigo, confesándome que no llevaba dinero encima. Posteriormente, recorrimos tambaleantes las estrechas y angulosas calles anexas al paseo marítimo y, apenas, diez minutos más tarde ya nos adentrábamos en la sombra del bloque donde residía. Ojalá hubiese podido saber, ojalá la intuición me hubiese alertado… Pero no recibí ninguna señal divina que fuese interpretable como un llamamiento a estar alerta.


Nos reíamos de un chiste sin gracia que ahora no viene al caso cuando salimos del ascensor en la tercera planta. Juan se encaminó hacia la entrada de su piso (la letra B), pero de repente ralentizó su acción de sacar la llave del bolsillo y su risa se quebró, la mía también, y quedamos estupefactos, en silencio. La puerta de su casa ya estaba abierta, más bien se encontraba entornada, y del interior emanaba luz. Y, lo más inesperado (que además nos sobresaltó), había una gota de sangre, redonda y brillante, y por supuesto roja, colgando de la cerradura. Ambos observamos aterrorizados aquella horripilante escena. En ese momento no fui capaz de preguntarme acerca de la naturaleza e identidad del extraño visitante de aquel joven, tampoco salí corriendo, ni grité asustado. Simplemente me quedé petrificado, parece que me ocurrió ayer. Juan, a mi lado, permanecía inmóvil con las llaves aún a medio camino de la ranura y su mirada vagaba perdida en el dorado del ojo de la cerradura, en su mancha oscura y oxigenada; mientras mis ojos fueron directos al linóleo, donde yacía un casquillo de bala. Su brillo era inconfundible. Lo reconocí enseguida. Pertenecía a un revólver de pequeño calibre, de esos que caben en cualquier bolsillo o en la cintura del pantalón. También pueden llevarse guardados en el forro interior de una chaqueta americana, como hace usted esta tarde, ¿verdad? ¿Cree que no me he dado cuenta desde el principio? Y disculpe que retome el trato de cortesía, pero respóndame usted ahora si me hace el favor: ¿Qué clase de persona queda para conversar con un editor retirado, en una cafetería del centro, y porta un arma bajo el costado? ¿Ha venido a matarme?

-> El próximo fin de semana la segunda entrega, ¡disponible sólo en la revista Mayhem!

Acerca de 'Rebobina':
Disfrutables letras inventadas que construyen variopintas palabras que mágicamente componen intrincados textos que albergan las historias, todas ellas falsas y fabuladas y, a su vez, divisibles de nuevo en incontables letras. ‘Rebobina’ es el comienzo de una de esas historias. Pero necesita un final, te necesita. De modo que te invito; venga, acomódate. Siéntate en esa silla o butaca (o sofá) sobre la que te gusta reposar mientras lees y adentrémonos juntos en estas líneas que, entrega tras entrega, irán urdiendo una misteriosa trama compuesta, al fin y al cabo, de letras; letras siempre extraídas de la esfera de lo fabulado e imaginado, lugar donde no se vive sino que tan sólo se disfruta.