martes, 30 de septiembre de 2014

Fantasmas de papel, en busca de la literatura indeleble


Tengo un amigo que a diario anota por escrito cada cosa que le acontece y, además, lo hace en el reverso de los extractos que le llegan procedentes del banco. No se trata de un recordatorio o lista de tareas pendientes, tampoco pretende llevar un diario personal, en el más riguroso de los sentidos, sino que este peculiar comportamiento responde a su obsesión por el paso del tiempo el cual, según él, se escurre entre las manos para jamás volver. De modo que, temeroso de la desmemoria, mi amigo corre a casa tras cada suceso y allí apunta de forma aséptica el hecho en cuestión, convencido de que así lo está salvando del olvido, de que seguirá ahí cuando quiera o necesite recuperarlo (¿alguna vez necesitará recuperarlo?), cuando sus ojos miren atrás en busca de recuerdos ya difusos. Entonces, llegado ese momento, él recurrirá al dorso de sus extractos bancarios; me dice orgulloso.

Y algo de este amigo creí reconocer la otra noche en el personaje de Ricardo Darín mientras veía ‘El secreto de tus ojos’, maravillosa cinta argentina (no por nada ganadora del Oscar al mejor metraje de habla no inglesa en 2009) que llevaba demasiado tiempo queriendo visitar sin terminar nunca de ponerme a ello. En la película, Darín interpreta a Benjamín Espósito, un funcionario de los juzgados de Buenos Aires ya jubilado que, ante los constantes recuerdos de un asesinato que marcó su carrera, decide escribir una novela que resuma la investigación del caso y, por supuesto, su vinculación personal. Poco a poco, conforme se sumerge en lo sucedido décadas atrás, Espósito empieza a tomar conciencia de cuánto cambió su vida aquel crimen, cuánto pesa aquella perenne obsesión dentro de la cual se entremezclan el deber profesional, el compromiso moral y el abrupto distanciamiento con la mujer que amaba y todavía ama.

Sin destripar la trama, ‘El secreto de tus ojos’ tiene escenas memorables; por ejemplo, la que se desarrolla en un campo de fútbol o la que ocurre dentro de un ascensor. Es una cinta realmente conmovedora que oscila entre diversos géneros: predomina el cine ‘noir’, aunque no escasean los fragmentos que producen auténtica hilaridad... Pero mi propósito no pasa por acurrucarme en el tentador terreno de la crítica cinéfila, sino que he traído a colación este metraje por el abundante contenido literario que encierra. Se trata de la película de una novela o quizá más preciso sea decir que consiste en la filmación, con la ayuda de ‘flashbacks’, del proceso de escritura de un libro. Y es que el personaje de Darín redacta a todas horas, tanto a mano como a máquina, y el espectador asiste a la corrección de pasajes completos. Así ocurre al inicio cuando Espósito, luego él mismo reconocerá a otro personaje que “no sabe por dónde empezar”, intenta componer sin éxito varios arranques para la novela.

La literatura goza de un lugar destacado en ‘El secreto de tus ojos’. Tiene mucho de redentora esta literatura que revisita el pasado y lo dota de sentido, que define el presente desde la lectura de lo pretérito. Darín interpreta el rol de un hombre que, como mi amigo (como cualquiera), teme ser finito y perder lo que una vez vivió, aquel que una vez fue, y ante ese miedo cerval se lanza a la conquista de la hoja de papel en blanco, de algún modo siendo intuitivamente consciente de la inmortalidad que esconde lo narrado; ya que lo escrito adquiere una naturaleza por completo distinta. Digamos que su tiempo es más lento, cosa que incluso sigue ocurriendo a día de hoy, cuando nos encontramos en una época de continuos avances tecnológicos, de prisas y somos incapaces de recordar a qué dedicamos el ayer, ni hablemos del anteayer, por tanto.

Pese a todo, la novela habita fuera de este castigo temporal y un libro, aunque a duras penas, perdura. Por eso la tarea de escribir un libro, de dar forma a una novela, se vuelve un cajón desastre donde reflexionar sobre lo sucedido tiempo atrás, donde guardar las vivencias que anhelamos conservar y así dejar testimonio. Y no resulta preciso ceñirse únicamente a los hechos verídicos. Se puede fabular, al igual que se fabula cuando a diario se recuerda y se alteran los hechos de manera infinitesimal, prácticamente idénticos pero cambiados; siempre tendentes a la mutación conforme son más y más recordados. En literatura verdad y engaño cohabitan y la posteridad se halla reservada para ambos o, acaso, ¿puede considerarse a Don Quijote como un ser menos real o célebre, si se quiere, que al propio Cervantes, que lo creó de la nada?

Corrientes literarias, sobre todo europeístas, que indagan en el pasado vital, que abrazan la tradición y a partir de ella forman sus historias teñidas de anécdotas personales. Escritos que reflexionan y, aparte de entretener, arrojan llamaradas de luz sobre cuestiones que a todos afectan. En España, figuras actuales indispensables son Enrique Vila-Matas y Javier Marías, pero también tantos otros, un listado realmente inabarcable.

Sin embargo, adivino en las palabras de otro escritor el argumento que contrarresta y aguijonea nuestra soberbia (tal vez tan sólo la mía), las palabras que nos recuerdan que nada sobrevive al futuro, que todo se diluye para luego borrarse y hacerse por siempre invisible. Y lo digo porque hace también relativamente poco, hará cosa de unas noches, me he vuelto a encontrar en Youtube una fantástica entrevista a Roberto Bolaño que creía extinta del ciberespacio. Se grabó para el programa ‘Off the record’ (cuya cabecera era antológica, no dejen de verla), del canal Arco Iris TV. Los medios técnicos y la producción son paupérrimos, en las pausas publicitarias del espacio se muestra un cartel (texto blanco, fondo negro) que reza algo así, cito de memoria, “el programa NO cuenta con el apoyo del Ministerio de Educación (NI de La División de Cultura)”. De hecho, toda la puesta en escena resulta demoledora, desasosegante. El escritor chileno luce una camisa imposible y se sienta delante de un croma que no deja de proyectar imágenes absurdas y falsamente cotidianas de él mismo, y encima Bolaño habla durante una hora ante el agotamiento de un cámara que tiene que intercalar los planos cortos de entrevistador y entrevistado con composiciones generales (zoom de pesadilla).



Pero el contenido del vídeo goza de calado, de profundidad, y el documento audiovisual supone una de las pocas muestras que nos quedan de la vuelta de Bolaño a su Chile natal tras veinticinco años fuera. Por esas fechas no le quedaba ya mucho de vida al artífice de ‘Los detectives salvajes’ que, en un momento dado, el espacio dura algo más de cincuenta minutos, reconoce estar bastante mal del hígado. En la entrevista se habla de su obra (también la poética), sus gustos literarios, sus juegos de guerra, su juventud, de Méjico y España, y en un instante concreto, cuando opina sobre la nueva hornada de escritores chilenos, Bolaño critica la petulancia de todos los autores, que siempre buscan la inmortalidad, que desean trascender y escapar del propio tiempo, de esta naturaleza mortal. A ellos les dice que están (estamos) condenados al olvido: “En el gran futuro, en la eternidad, Shakespeare y menganito son lo mismo, son nada” (en el vídeo, minuto 30:50).

Hace más de una década que Bolaño se convirtió en prematuro fantasma. De él nos quedan las historias que dejó escritas, las cuales de momento perduran y nada invita a pensar que vayan a perder vigencia. Se antoja como algo seguro que no viviremos para alcanzar la posteridad pero, a menudo me pregunto, me sobreviene la duda cuando veo películas como ‘El secreto de sus ojos’, cuando observo a mi amigo y siento su necesidad física de llenar el tiempo y dorso de los extractos con pasajes casi todos accesorios, si tal vez nuestra huella no sería más reacia a borrarse escondida bajo el barniz de la escritura, protegida por el testimonio que arroja siempre la literatura.


Artículo publicado en Mayhem Revista, en la sección Polisemias