El juez: Dos Roberts golpean mejor que uno
Me encanta el olor del napalm por la mañana, una vez
estuve a punto de alistarme pero cambié de parecer en el último momento al
descubrir que el coronel Kilgore y
la mismísima Apocalype now no seguían
en activo. Qué le voy a hacer. Así soy. Oigo Robert Duvall y se despierta en mí lo místico, un
no-sé-cómo-llamarlo que sólo aflora con apellidos como Pacino, Hoffman o Newman. En menor medida, hay distancias
insalvables, me produce un efecto similar el término Downey Jr., de nombre también Robert y protagonista, entre muchas
otras cintas, de Kiss Kiss Bang Bang
y Chaplin (ojo al orden de aparición
que no es casual). De modo que cuando llega a mis oídos que estos dos ilustres
tocayos han grabado una película juntos siento la llamada del cine y no me
queda otra opción que acudir presuroso a la proyección más cercana, y es que
una cosa tengo clara: si alguna vez acabo siendo un capo de la mafia (y nada
resulta por completo descartable en esta vida), mi consiglieri tendrá los rasgos, la presencia, el saber hacer y hasta
la persuasiva voz del eficiente Tom
Hagen en El padrino de Coppola.
Pero de estas líneas se espera una crítica (medianamente sensata o cuerda) del estreno mayhemero de
la semana: El Juez. A ello voy.
No mentiré; antes de verla albergaba ciertas dudas con esta
película porque, aunque arranca como un thriller
(el anciano y venerable juez de una pequeña localidad norteamericana es acusado
de asesinato), pronto nos encontramos con un drama o melodrama (vocablo horrible donde los haya) familiar y eso resulta
muy peligroso, peligrosísimo, ya que irremediablemente nos trae al recuerdo el
absurdo logo de Antena 3 y esas tardes
anodinas de fin de semana en las que con descaro emiten bochornosos telefilms
con títulos lacerantes e imposibles como Protegida
en el olvido, Traicionada bajo el
paraguas amarillo o Aleccionada por
un amor marchito de su pasado.
Sin embargo, El
juez se eleva sobre tanta mediocridad imperante y exhibe un guión trabajado,
sólido y eficaz, sin fisuras, que huye
de la llorera fácil y no pretende encogerte el corazón con tretas mezquinas,
algo que por poco común resulta muy grato para el espectador. Los personajes
son presentados con naturalidad, diría que hasta con humor y desenfado. Para mi
sorpresa, todos tienen algo que decir y desarrollan historias atractivas,
poderosas.
Obviamente, el peso principal recae en los dos Roberts y
su relación imposible. Sin destripar la trama más de lo que ya lo hace cualquier
engolado tráiler o anuncio televisivo, padre
e hijo no pueden verse, se odian y la mencionada acusación de asesinato fuerza al
vástago a defender al progenitor ante el jurado, lo que terminará por
acercarles. Ése es el motor desde el que avanza todo el metraje.
Duvall está insuperable. Quiero resaltar la grandeza de este
actor que, con tantos años como
películas a la espalda, sigue arriesgando, no cae en el tan manido piloto
automático y se atreve a grabar escenas tan potentes y viscerales como la de la
ducha (para mí el highlight de toda
la cinta). Resulta digno de elogio su trabajo. Sin lugar a dudas, Duvall es un auténtico
grande.
Por su parte, Robert Downey Jr., que realiza también labores
de productor junto con su mujer (“Team Downey”, lo llama él), demuestra buen
olfato al escoger un proyecto y papel muy golosos, que le permiten huir por una
temporada de Tony Stark y su
armadura de hierro, y quizá (eso deseo) le ayuden a recordar lo buen intérprete
que puede llegar a ser cuando sale de su consabido registro chuleta de estos últimos años. Además,
los secundarios, gente de la talla de Billy
Bob Thornton (el rápido momento vaso
es simple, banal, pero al mismo tiempo tiene algo de fascinante, ya me dirán
cuando la vean), Vera Farmiga y Vincent D’Onofrio, también lucen a un
gran nivel. En el apartado actoral El
juez es maravillosa.
No hay trucos de magia ni fuegos artificiales en el atípico
desenlace, tan sólo llega el turno de la despedida, el adiós a una historia entrañable que nos ha sabido conmover con
alegría y risas, de forma amena, sin apenas quererlo, llevándonos de una
situación memorable a otra; no hay valles o pérdidas de interés, cualidad que
hace de El juez una cinta magnética,
además, muy creíble, muy real. Y ahí puede residir su triunfo: esta película posee
esa capacidad de llegar al espectador
y conseguir que se sienta identificado con unos personajes tan carismáticos.
Sí, de acuerdo, es una historia familiar, lo acepto; un
melodrama escribía antes; pero el preciso guion y la buena mano (una selección magistral
de encuadres) de un director para mí desconocido, David Dobkin, así como un gran reparto y la acertada música de Thomas Newman, elevan esta película a
un nivel superior. Y no hay nada descabellado en afirmar con rotundidad que si
detrás de este proyecto hubiese estado un director de los ‘modernos y favoritos
hollywoodienses’ (un Payne o un Affleck) caería alguna nominación
importante en los próximos meses. A Los
descendientes, por ejemplo, le da mil vueltas sin despeinarse…
Pero no quiero extraviarme. Acabo ya. Una idea más.
“Llevo toda mi vida queriendo
grabar una película como ésta”,
tuiteó Downey Jr. hace poco tiempo en su cuenta personal. Y a lo mejor no sólo
la obligada promoción dicta sus palabras, sino que dice la verdad o su verdad.
Este modesto escribiente comparte (y de hecho retuiteé el tuit, lamento la redundancia) la afirmación de Downey, porque El juez no es más que la vida, de
acuerdo, pero la refleja con maestría, porque en nosotros todo se halla sujeto
al impredecible cambio y nos enfrentamos a pequeñas y grandes guerras diarias.
Son nuestras batallas personales. Sólo así se explica cómo un actor acabado,
detenido por conducir desnudo y borracho un coche que no era suyo y en el que
había armas, años después se convierte
en el intérprete más exitoso y mejor pagado del planeta, y encima tiene la
majestuosa desfachatez de conservar todo el pelo y los dientes. El juez es
superación, es perdón, es amor y por eso la otra noche, mientras la veía, me
arranqué los ojos de puro placer.
Entonces, ¿voy a
verla?
Desde luego. El
juez es totalmente recomendable, un absoluto must cinéfilo. Eso sí, te animo a que vayas acompañado de tu padre
o madre, que vaya contigo algún familiar y si hay alguna rencilla previa entre
vosotros mejor que mejor. De lo contrario corres el riesgo de acabar emocionado
hasta la lágrima mientras abrazas a un completo desconocido, ese venerable y
ocioso hombre mayor que el azar sienta en tu misma fila de butacas y al que a
gritos llamas papá, papá. True story,
quedas avisado.
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Crítica de cine publicada en la sección El crítico prejuicioso de Mayhem Revista.