martes, 13 de enero de 2015

'Volver a casa' (relato)


(Continuación del relato 'En casa'

Una noche de Navidad años después le pregunté a mi abuela si recordaba la visita de aquel perro de pelaje oscuro. A esas horas sólo nosotros dos permanecíamos despiertos y, a decir verdad, la abuela únicamente a medias, ya que daba continuas cabezadas frente al televisor de la cocina. Estaban echando la famosa adaptación de Moby Dick con Gregory Peck como enajenado capitán Ahab y Orson Welles interpretando al orondo y profético Padre Mapple. Hace no mucho leí que esta versión del clásico de Melville fue grabada en las Islas Canarias. Y cuando la gran ballena blanca amenazaba con destrozar el casco del Pequod y arrastrar al fondo del mar las almas de Ismael y el resto de tripulantes, aprovechando que la abuela había abierto los ojos fugazmente, repetí mi pregunta. “Claro que me acuerdo”, contestó muy segura de sí misma y enseguida añadió, “era muy pequeña y del viejo camión saltaron decenas de hombres, todos con rifles y uniformes, y yo tuve miedo, un miedo terrible de que hicieran daño a mamá…”. Sus ojos se volvieron a cerrar y oí lo que pareció un conato de ronquido. “Te hablaba de Sevilla, abuela”, intenté por última ocasión, consciente de que había pocas probabilidades de obtener respuesta; “hablaba de aquel cachorro enorme que apareció en la puerta de casa durante la cena y se quedó observándonos la noche previa a la mudanza, ¿lo recuerdas?”. La abuela cogió el mando a distancia, quizá pensando en cambiar el canal o queriendo apagar la televisión, aunque no hizo nada de eso, sino que se dedicó a sostenerlo usando ambas manos mientras miraba hacia mí como si me viese por primera vez. Entonces, con la voz tomada por un sueño que yo demoraba, comentó: “Cuando echo la vista atrás y pienso en mi vida, siempre dudo si la viví o tan sólo la soñé”. Quise decir algo pero no supe qué. Ella dejó el mando sobre la mesa y se incorporó. “Estoy tan cansada… Voy a la cama. Buenas noches, Juan”, se despidió con una sonrisa y ya desde el pasillo me recordó, “no olvides desenchufar el brasero ni te acuestes tarde”. Agarrado a un blanco ataúd, Ismael flotaba a la deriva entre los restos del Pequod cuando puse en ‘mute’ el televisor. No sé por qué decidí esperar un sueño que no llegaba ojeando viejos álbumes de fotografías. Ahí estaban mis hermanos y también mi madre de niña. En blanco y negro contemplé a la abuela recién nacida en brazos de su madre, una joven alta de pelo moreno y gesto decidido a la que nunca conocí. Tiempo atrás la misma abuela me había mostrado esa imagen. Ahora para mí la instantánea tenía un carácter distinto: esa mujer que posaba con su hija para la cámara no imaginaba los riesgos que años más tarde le depararía la guerra. Oí los disparos, las detonaciones. Alcé la vista al techo y bajo la intensa luz del fluorescente comprendí que eran ladridos lo que escuchaba y no bombas, los ladridos del perro de cualquier vecino. Seguro que su pelaje era de color negro, pensé, y debía de tener un tamaño enorme pese a no más ser que un cachorro. En algún momento de la noche, me ahogué entre aquel mar de fotografías antiguas y caí dormido. A la mañana siguiente la abuela me regañó por no haber apagado el brasero, pero no se enfadó porque, aunque en esta ocasión no nos mudábamos, esa era la jornada en que volvíamos a casa después de las vacaciones de Navidad. Nos despedimos de ella en el portal. Durante el viaje en coche recordé los ladridos. Realmente oí ladrar a un perro de madrugada. No lo soñé, aunque puede que algún día sí sueñe con él ya que, al igual que Ahab, cada día miro un poco más hacia atrás, hundiéndome en el pasado, mientras mis noches se llenan de todo aquello que una vez fue.


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Imagen del principio: 'Tiny House', por Kate Townley Smith
Fotografía última: Gregory Peck como el capitán Ahab, en la cinta Moby Dick