martes, 31 de marzo de 2015

Si me necesitas, léeme


Ya no queda leña que cortar. Tras un par de carreras los perros se dejan caer cansados. Sus lenguas asoman por un instante antes de desaparecer entre la hierba húmeda. A lo lejos desciende el sol y su luz llega al jardín filtrada por el aire de la tarde que la tiñe de naranja y destellos rojizos, que la disfraza de cegador amarillo. Oigo el curso de un arroyo. Ha de estar cerca, aunque no logro descubrir dónde. Recuerdo que me esperan en la cocina. Cuando cruzo la puerta los perros ladran y lamento que no quede más leña que cortar.

lunes, 23 de marzo de 2015

Crítica de cine: 'Pasolini'


Pasolini: el último paso

Un hombre que monta gafas oscuras ha de esforzarse para no acabar viendo la vida color negro. Tono con el que barnizar cada puerta, coche y corazón, según Mick Jagger. Esmalte que pinta los ojos de madrugada. De fiesta o dormidos. Pier Paolo Pasolini, soñador y noctámbulo, invocó su muerte en voz alta: “Todos estamos en peligro”. Aunque unos más que otros, conocemos los periodistas. Y, horas después de esa entrevista, la playa romana de Ostia borró la pisada de este artista inabarcable: cineasta, poeta y dramaturgo, pensador, semiótico. Brutalmente golpeado hasta el desvanecimiento, arrollado por su imponente Alfa Romeo, ahogado de ganas de seguir siendo, Pasolini provocó por última vez.

martes, 17 de marzo de 2015

'A los ojos' (relato)


Gema apareció junto a la primera piedra en el iris. Sombra de carbón azul, improvisada segunda pupila, que vislumbré dentro de mi ojo derecho una mañana frente al espejo. Desgarbada, con labios de celebración y manos de trabajo, Gema estaba a su lado. Era una mujer de mi edad y piel nieve. Que vestía de amarillo, adornada con pulseras blanco y negro. Días más tarde se lo relaté al doctor Ángel Socorro, oftalmólogo de humor vítreo, que sonrió antes de prometer: “Nada peligroso, Fernando, tan sólo un pequeño efecto de tu sensibilidad especial”. Me hablaba del misterioso borrón ocular. Yo quería preguntar —saber— acerca de Gema. A la que reconocía allá donde mirase: en el autobús, supermercado, contemplándome en la oficina, sentada en mi salón, hasta colocada sobre la almohada cuando se hacía de noche. Aunque ella nunca dormía. Siempre despierta, a veces tejía. También gustaba de ver la televisión muda. Incluso montaba puzles de madrugada. Terminé acostumbrándome a su silenciosa vigilia. Confieso que empecé a observarla con otros ojos. Entonces apareció Paco y en mi iris izquierdo, el predilecto de un zurdo convencido, germinó una mancha similar a la inaugural. Una mota que me volvió de un algún modo simétrico o, al menos, compensado.

Paco era su marido. Mayor que Gema, hablaba sin descanso. Igual que ella, me seguía a jornada completa. Paco recordaba a un roble atropellado. Tenía pelo de calabaza. Dientes exclamativos. Paseaba ropa de faena y gesto compungido. Juanillo y Mar, cinco y tres años de alegrías, tardaron dos meses en llegar. Mientras sesteaba se instalaron en mi ojo derecho, el de su madre. Supongo que por mayor apego. Los cuatro formaban una familia jaspeada en el iris. Incapaz de pestañear, regresé corriendo a consulta. “Nada peligroso, Fernando”, repitió el doctor Socorro, amigo de los bises. Sonreí a la expectativa. El oftalmólogo también dibujó una media luna bajo su nariz. Tras varios minutos en silencio, el especialista detalló: “Hay una intervención muy sencilla, que no duele en absoluto; y con ella desaparecían pero…”. Se detuvo de nuevo, como si no estuviese seguro de lo que iba a añadir. Finalmente, concluyó: “¿Tanto te molestan?”. Él hablaba de los habitantes de mis ojos. Yo de sus sombras.

Esa misma noche encontré al cuarteto cenando en la cocina. Acerqué un taburete y me senté. En apenas quince minutos Paco narró el cierre de la fábrica, la imposibilidad de cumplir con los pagos. Hui cuando pronunció desahucio. Por la mañana el doctor Socorro me operó con éxito. A las pocas horas recibí el alta. Pero nadie me esperaba en casa. Ciertas manchas son imborrables. 

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Óleo sobre lienzo: Bridge Over the Stour, de Childe Hassam
Relato publicado en el periódico online 'La voz de hoy'

martes, 10 de marzo de 2015

'Direcciones' (relato)


Desde hace más de una semana recojo el correo de otra persona. Encargo personalísimo donde los haya. Como hacerse cargo del gato de una amiga y cuidar su casa mientras ella está de viaje. Yo hago todo esto. Cada tarde me apoyo en el quicio de la ventana de ese pequeño hogar que no es mío y ojeo sin abrirlas (tan sólo leo los remites) las cartas que a diario llegan a su buzón. La mayoría son extractos bancarios, cobros de agua o luz, postales de amigos y algún que otro envío publicitario. También recibe misivas de familiares; deduzco por la coincidencia en los apellidos. El gato, silencioso, amable, me observa observar el correo de su ama. Entre los dos sumamos cuatro ojos muy atentos. Y me mira como lo haría una estatua que fuese siete veces irrompible. Tan quieto, el gato recuerda a una foto de marco o pared. De libro de fotografía. De estos hay muchísimos repartidos aquí y allá por el piso: ordenados en estanterías, sobre mesas, apilados en el suelo, desordenados junto a cualquier esquina. Miles de imágenes compartiendo espacio. Y detrás de la ventana los tejados vecinos también parecen fotografiados. Un mar de tejas que forma olas inmóviles. Brillantes crestas sin espuma al calor del último sol de la jornada. Esta noche, entre sorbos de cerveza y maullidos, he descubierto mi nombre y apellidos en uno de los remites. Trazos fantasmales de color azul escritos en el reverso de un sobre amarillo. Ninguna calle debajo de mi letra. Tampoco se leía avenida, plaza o pasaje conocidos. Entonces he recordado las casas donde jamás he vivido. Cada una de esas direcciones a las que no pertenezco. 


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Fotografías: Laura Villargordo
Relato publicado en el periódico online La voz de hoy

sábado, 7 de marzo de 2015

'Vidas de papel' (artículo)


Siempre he querido ser Lucas Corso en El club Dumas. Aunque mi pelo no se desordena como el suyo. Mis gafas tampoco ven igual que las de este personaje creado por Arturo Pérez-Reverte. Y en Málaga resulta imposible vestir gabardina trece de los doce meses del año. Pero a menudo visito librerías de segunda mano y libro antiguo, y mis dedos recorren cada estante como sabuesos de tinta. Acariciando lomos rústicos. Despertando ediciones soñadas. Volúmenes mágicamente conservados dentro de una casa de pliegos que no guarda principio ni fin. Tengo predilección por los ejemplares dedicados. Libros que fueron de otros y que les fueron regalados también por otros (amigos, novias, padres…). Obras que esconden un mensaje personal, intransferible, en la hoja muy blanca tras la portada. O tal vez la frase puede leerse en la página interior que recita el título. O quizás esté escrita junto a la cita que el propio autor escogió para invocar su voz. Dedicatorias infinitas, eternas: “Ojalá lo disfrutes como te disfruté yo”. “Para que no hagas aquello que tú sabes”. “Hoy durará siempre, te quiero”. Cuando tu vida es de papel y te dejan no duele tanto. Siempre he querido ser Lucas Corso en El Club Dumas porque la literatura matiza lo real. Adelgaza la carga. Sobre todo diluye el tiempo. Ya que jamás faltan las aventuras en un libro. Y hasta la muerte resulta evitable echando la vista atrás. Todo lo que se perdió regresa en el capítulo anterior. Con la relectura. Y al mismo tiempo las etapas se cierran mediante punto y aparte.

Las existencias escritas son mejores. Hermosas e inamovibles. Por las noches fantaseo con hacerme personaje. Acabar y así volverme ficción. Materia prima de historia, caligrafiada en minúscula. Mosquetero de mi destino. Hace años el actor Johnny Depp interpretó a Lucas Corso en La novena puerta. Para esta adaptación de la novela al cine, Lucas pasó a llamarse Dean. El célebre Roman Polanski dirigió la película. Entre ambos demostraron que al menos durante el rodaje uno puede convertirse en literatura. Que los misterios acechan detrás de cada esquina. En las calles de Nueva York, París y Toledo. En la tuya y en la mía. Ahí nos espera el diablo que escondía la obra Las nueve puertas del reino de las sombras en la trama de Reverte. Porque leer y escribir siempre ha consistido en espantar a nuestros demonios. 


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Imágenes: La novena puerta

viernes, 6 de marzo de 2015

'Viento idiota' (artículo F1)


Hace años que el viento no sopla a favor de Fernando Alonso. Una tormentosa mala racha que el 22 de febrero estacionó al piloto asturiano en el ojo del huracán. Su accidente fue culpa de Eolo. Inesperado revival de aquel viento idiota que silbaba Bob Dylan en su gira Lluvia fuerte. Así lo afirma el impermeable Ron Dennis. Algunos creen que escondiendo honda preocupación. Pero nadie en McLaren se atreverá jamás a enfrentar corrientes de aire. Mucho menos teorías eléctricas. El voltaje sólo lo marca el número de vueltas. La dirección del coche tampoco falló. Es inamovible dentro de una Woking desnortada. Ganar, ganar y ganar reza el velocísimo mantra. Suena mejor que los ronquidos de un motor dormido. Híbrido entre fantasiosos trazos a lápiz y fallos mecánicos que conducen siempre fuera de la trazada. Las infalibles constantes telemétricas no son prometedoras. Diagnostican una máquina arrítmica. Condenada al desfallecimiento dominical. He leído que Alonso también desfalleció -aunque ya está mejor-. Que se desmayó al volante. En un parpadeo de consciencia Fernando debió de soñarse doble. Únicamente así me explico la bicefalia en prensa. Porque varios medios publicaron que el piloto despertó hablando en italiano de Ferrari. Mientras otras cabeceras prometen que lo primero que dijo el ovetense fue corro en karts y quiero llegar a la Fórmula 1. Según parece, a bordo de su Delorean el dos veces campeón del mundo regresó a 1995. Allí se estrelló contra un muro varias temporadas antes de su debut. Un imposible que cautiva a escritores y periodistas. Que nos importa algo la salud de Alonso es la mejor de las ficciones. Ciencia ficción a tenor de cada hipótesis seudocientífica que sobrevuela el accidente. ¿Mala suerte? ¿Falló el coche o la persona? ¿Ambos? ¿Y por qué la pista se libra de elucubraciones? Dudas a tutiplén. Ninguna respuesta. Otro mundial se escapa y ya hemos perdido la cuenta. Fernando tiene que acordarse. Y del golpe también. Queremos la verdad. ¡Queremos que vuelva a correr ahora! Pía Twitter. Pedimos recordar cuando hemos olvidado que hace unos días Alonso estuvo a punto de matarse en la curva número tres de Montmeló. El viento nos ha idiotizado.  

jueves, 5 de marzo de 2015

El combate del siglo (artículo)


Quienes gustan de tirar la toalla opinan que llega tarde. Pero facturar 250 millones de dólares en una velada siempre resulta de lo más oportuno. Un golpe de guante blanco. Triple más tiro libre. Porque, a pie de pista en Miami, Floyd Mayweather y Manny Pacquiao escenificaron que lo suyo es personal. Con permiso de Elvis, Las Vegas coronará a su nuevo rey el 2 de mayo. Este año el recuerdo del Levantamiento consistirá en no caer. En tumbar al rival. Fusilamiento manual a calzón sacado. Pero sólo uno de los púgiles podrá darse el homenaje. Y la afición ya grita KO. Nada del caos de las puntuaciones tras el último asalto. Fuera jueces y sus decisiones divididas. Que la lona despida el sueño con un beso hasta 10. A menos de un par de meses para el combate de los combates, la cuenta ha empezado. Por eso los medios hablan sin parar de cifras récord: se ingresarán 40 millones de dólares tan sólo en taquilla, 300 millones a través de pay per view, el precio de las entradas oscilará entre 3.640 y 22.750 dólares… Asistir esa noche al MGM Grand saldrá más caro que presenciar en directo la final del mundial de fútbol o el All-Star de la NBA. Guarismos que ni Ali o Tyson en sus épocas gloriosas. La bolsa del 2 de mayo se la distribuirán en proporción de 60 a 40 a favor de Mayweather. De hecho, Floyd cobrará 150 millones de dólares por 12 asaltos de 3 minutos. Se espera que el reparto de puñetazos sí sea fifty fifty. Me gustaría que ganase Pacquiao. Filipino, diputado y leyenda de 36 años. De niño pobre a Pac-Man multimillonario. Rico boxeo de ataque. Ciclón de videojuego que espanta fantasmas en el laberinto de sus explosivos brazos. Pero a menudo pienso que Manny, único hombre que ha ganado el título en 8 pesos distintos, con un balance de 57 victorias y 5 derrotas, en realidad persigue otra meta: ser presidente de su país. Por eso también me gustaría que ganase Mayweather. Invicto. Suma 38 años y 47 victorias. A 2 de las 49 de Rocky Marciano. Floyd es la defensa. Presume de velocidad, fibra y poderío físico. Campeonísimo. Estudioso del cuadrilátero. Amante del cash. Más que tener dinero, ya acumula más del que sabe contar, a Mayweather le gustaría ser dinero. Por algo lo llaman Money Man. Curiosamente, una buena amiga cumple años en la fecha del combate. He pensado regalarle un caro abrigo de piel para la gran velada. Alquilaremos una limusina y veremos el ring desde la tercera fila del bar Las Vegas. Un par de cervezas frías nos ayudarán a degustar el caluroso festín de crochets, uppercuts y jabs al otro lado del televisor. Mi cara está limpia de hematomas y cortes. Pero se me desencaja la mandíbula y hasta se me parte una ceja cuando hago números: el 2 de mayo cada segundo sobre el ring reportará a Money Man 70.000 dólares. En la oficina del paro nunca leo ofertas de trabajo para boxeadores.    

*Imagen: Grant Smith.