viernes, 24 de julio de 2015

De amarillo


Siempre me ha gustado suponer más que saber, mirar en lugar de ver. Por eso ella me gustó desde que la miré. O quizás, ahora que lo pienso, cuando recuerdo, sólo supuse que ella me iba a gustar. El caso es que llegó en ciclomotor y aparcó al final de una rampa que daba acceso a la pequeña cala. Estacionó su motocicleta bajo una palmera muy alta y un poco enferma, y enseguida se caló sobre su bonita, pensé delicada, cabeza un sombrero de paja que vi florecer del interior de su bolsa de playa. Y no sé por qué pero todo me iba gustando. Antes ya se había quitado las gafas de sol con cristales de espejo amarillo eléctrico y así pude admirar sus ojos, y estos me gustaron. Como me gustó, en realidad me encantó, su traje de baño, que también era amarillo, aunque de color más claro o menos chillón, y de dos piezas. Y encima se sentó muy cerca de donde yo había colocado mi toalla y donde leía, con calor y gorra, el primer capítulo de Rayuela. Y la novela me estaba gustando pero no tanto como su manual de español. O no tanto como me gustó la manera en la que ella se tumbaba boca abajo y pasaba páginas, no sé si leyéndolas o tan sólo hojeándolas, cuando de repente ahora se desabrocha la parte de arriba del bikini y en su espalda tostada, muy amarilla, surge una franja algo más blanca, casi sin tostar, y todo parece volverse distinto, lento. Y supongo que ya no puedo dejar de mirar porque en un momento dado ella alza el cuello del libro y me ve mirándola. Y entonces, puede que por rubor, puede que por la sorpresa, el gorro se le cae un poquito hacia atrás, muy leve, como de forma distraída, para quedarle igual que un birrete, como un improvisado moño de paja sobre la coronilla. Sus labios perfilados en rosa hablan un perfecto castellano, apenas algo de acento extranjero sin procedencia, que sin embargo yo no comprendo. Y no la entiendo porque lo suyo no era rubor, ya que mientras habla, ¿pero qué me está diciendo?, ella se va incorporando y se sienta sobre su toalla y con una pierna, la derecha, morena, tan esbelta y doblada bajo su hermana izquierda, pisa la parte superior olvidada, abandonada, del traje de baño amarillo. Y yo miro, yo veo. Y el mundo es redondo o así lo pienso. También es doble. Casi simétrico. Digno de elogio. ¿Qué decir? Pero debo decir algo. Y de hecho lo hago. Al menos oigo que es mi voz la que habla. Pero me escucho desde muy lejos, como el que atiende a las palabras de otro. Así oigo que le pregunto su nombre, le pregunto por su tiempo en la ciudad, por su vida. ¿Y quieres una cerveza? Claro que quiere. Acerco un poco la toalla entonces, si no te importa. Pero qué le va a importar. Claro que sí, mejor incluso. Pues brindemos. Luego me cuenta todo. Lo va narrando a sorbos. Y sus labios rosas brillan mucho. De repente noto que, sin darme cuenta, yo también estoy sobre la parte de arriba del bikini. Aunque déjame que te cuente, que te explique de mí. Pero a ella siempre le ha gustado más suponer, me hace saber. Yo no doy crédito. Me encanta. Tanto que la gorra se me cae un poquito hacia atrás, deslizándose hasta mi coronilla. ¿Qué iguales, no? Idénticos y risas. Y simétricos seguimos allí muchas horas después hasta que cayó la noche. Me gusta, lo cierto es que me encanta, suponer que desde la distancia, apenas iluminados por las luces de los edificios, del puerto, al otro lado de la bahía, no parecíamos dos sino uno. 

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Imagen: Yellow, Coldplay
Publicado en La voz de hoy