jueves, 13 de agosto de 2015

Ayeres


Algunas mañanas me despierto aprensivo y creo que esa muela quejosa me va a estallar, luego temo que mis ojos y orejas también puedan explotar, y al final acabo preguntándome si no será que hasta mi corazón late a un paso de saltar por los aires. Son días largos y azules en los que me duele el hígado, la rodilla derecha, ambos pulmones, una muñeca, la izquierda, los dos tobillos, el lugar donde yo creo está el páncreas y un testículo (no diré cuál). Por eso tomo pastillas amarillas. Muchas. Alivian mi malestar. Además, bebo piezas de fruta, una tras otra, y como litros de agua, uno tras otro, o es al revés; sólo de pensarlo mis nervios se crispan. Cuando cae la noche siempre bajo al bar de la esquina. Allí estallo con tres cervezas y entonces hablo con todos, tonteo con todas. Ya no pienso que mañana pueda dolerme nada. Soy mi mejor ayer. 

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Fotografía: Keith Richards