miércoles, 30 de septiembre de 2015

Watergate costasoleño (I)


No soy Bob Woodward ni me parezco a Robert Redford, pero sí que vestí americana y corbata todas y cada una de aquellas noches en la quinta planta del aparcamiento de calle San Lorenzo. Allí, tan silencioso, en un recodo sombrío y húmedo alejado del azul fluorescente, siempre vigilando la lumbre de su cigarrillo, me esperaba la silueta de Garganta Profunda; su homólogo costasoleño en realidad. Acostumbrábamos a hablarnos muy bajito, casi en susurros. A veces uno de los dos callaba de repente y miraba de refilón a izquierda y derecha, presintiendo una presencia acechante, espía. Mis preguntas, invariablemente las mismas: qué, quién, cuándo, dónde, cómo, por qué. Y todas esas uves dobles, para mi asombro, qué deleite me producía, encontraban respuesta en sus labios coloreados de penumbra, mientras la luz del pitillo subía, bajaba, se atenuaba, aunque sin llegar jamás a extinguirse. Nuestros encuentros eran cortos, acelerados, y en un momento dado, súbito parpadeo, Garganta Profunda desaparecía igual que un prestidigitador. Quizá nunca había estado allí, dudaba yo a veces. Y ya solo, en peligro, con tanto miedo como sudor bajo mi flequillo, corría escaleras abajo, huyendo de atacantes invisibles. No me detenía ni siquiera al pisar la calle sino que seguía trotando hasta la parada de taxis más cercana, ubicada a varias manzanas del aparcamiento. Recuerdo cómo, durante el trayecto en coche hacia la redacción, giraba continuamente la cabeza temeroso y buscaba faros enemigos al otro lado de la trasera del taxi. Únicamente me sabía a salvo en el periódico, atrincherado frente al brillo fantasmagórico de mi monitor, mientras daba forma al artículo del día siguiente. Fueron tiempos difíciles. Entiendo que el director me quitase de escribir horóscopos. 

-------------------
Imágenes: Fotogramas de la película Todos los hombres del presidente.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Sin deterioro

Todos deberíamos irnos sin deterioro, que una tarde se nos haga de noche mientras aún veamos luz. Y un corazón, el tuyo, también el mío, no debiera amagar con sustos, volverse arrítmico ni propenso a sofocos. Tampoco está bien que con los años nuestras piernas flaqueen o que las manos tiemblen y pierdan tanta fuerza como destreza, hasta llegar a un punto fatídico en que ya no saben agarrarnos al mundo. Pero principalmente nadie debiera asistir a su olvido. “Por increíble que parezca ahora no recuerdo el nombre”, me reconoce Matías con más pena que cansancio. Tiene noventa años. Me habla de su nieta. “Todos deberíamos irnos sin deterioro”, añade. Y creo entender, aunque cuando miro sus ojos claros, que todavía guardan brillo, igual que las arrugas del rostro no le borran una sonrisa amplia y sincera, o esa inmensa alegría con la que me narra sus ayeres, jamás pienso en deterioro, sino en vida.

viernes, 25 de septiembre de 2015

jueves, 24 de septiembre de 2015

El mosquito

El mosquito apareció petardeando igual que una motocicleta antigua. Volaba de un rincón a otro del coche como la bola de un gigantesco pinball, posándose a ratos encima del volante o frente al velocímetro, también en la luna delantera, incluso sobre los botones de la radio. El mosquito, quizá sabiéndose observado, comenzó a rondar mis manos. Buscó una muñeca, la izquierda, me picó a placer. Entonces migró de brazo y ahí contraataqué. Consiguió zafarse. Distraído vi que un deportivo me echaba las luces. Me aparté sin comprobar el espejo retrovisor y un camión cisterna hizo sonar su bocina quejoso. Di un respingo. Tuve miedo. El mosquito, no. Sus ojos diminutos y negros, ansiosos de desafío, me miraban mirarle. Llegué a creer que aquel insecto quería insultarme, me llamaría cabrón, imaginé, hasta mentaría a mi madre. Pero silencioso, todo crueldad, el mosquito nada dijo mientras se acomodaba justo en el centro del asiento reservado para el copiloto. Lancé un nuevo puñetazo que esquivó sin alharaca. Su réplica fue demoledora. Vino contra mis gafas, además cambiaba de lente según con qué mano intentara yo golpearle. Un púgil magnífico que no logré impactar. De repente sentí que mi cuerpo buscaba, no sé, algo así como escapar del sillón, pero el cinturón lo impedía. Arriba y abajo cambiaron de lugar.

Desperté en este hospital. Sobrevivirá, repiten los médicos. De mi brazo nace un tubo color rojo. Serpentea hasta una cama próxima. Allí duerme el mosquito. 

miércoles, 23 de septiembre de 2015

NARANJA (MEDIA)


Ahora verás naranja, me había avisado la doctora en urgencias, pero no dijo que esa mañana cuando regresara a casa tú, aún en pijama, tu pijama naranja a juego con tus ojos también naranjas, olerías a naranja, me sabrías a naranja, a zumo de media naranja

lunes, 21 de septiembre de 2015

Inamovibles

Curiosamente simétricas (mismo cardado color platino, hermanas de gafas de ver, análogas en edad y constitución) dos señoras mayores beben y conversan en la mesa de al lado. Repasan la distribución del piso de una de ellas. No llegan a un acuerdo. Te repito que ese cuarto queda enfrente del zaguán, una continuación directa, explica la propietaria del inmueble. ¿Tú crees?, insiste la amiga y dice más, yo creo que no, que tu habitación cae justo detrás del recibidor, cierto, pero formando un ángulo, ¿sabes a qué me refiero?, es todo un requiebro lo que hay ahí. Y vuelven a empezar o más bien vuelven a la carga, cada una con su punto de vista inamovible, que es quizá lo único que me las diferencia o me permite distinguirlas. Llevan horas enfrascadas en la cuestión espacial. Terminadas las ultimas copas de vino, ambas deciden retomar el tema al día siguiente. Se prometen argumentos convincentes. Una tomará medidas de casa, incluso le pedirá la cinta métrica a su nieto. La otra aparecerá con una vieja fotografía tomada hace muchos fines de año. Ahí se verá claro, garantiza. Se despiden con dos besos para luego caminar juntas calle abajo. Mañana por la noche coincidiré de nuevo con ellas en el bar. Desde mi mesa, tan cerquita y contigua, pegaré el oído. Y ninguno de los tres querrá cambiar de vida, de idea, ni tan siquiera de postura. 

viernes, 18 de septiembre de 2015

Cerca

Sucede a media mañana, cuando deambulo por casa. También en mitad de la noche, justo antes de volver a dormir o al menos intentarlo. En realidad me ocurre a todas horas, en cualquier momento. Paso delante de tu puerta y se me escapa: Hola. No estás pero a diario continúo entrando en tu habitación para gastarte una broma, contarte algo, preguntártelo. ¿Y Pilar, ha salido? Le decía ayer a María. Es bonito que se me olvide. No me acostumbro. Pese a lo lejos te sigo pensando cerca. 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Despertar


Sólo dos minutos más, susurra ella en una mañana muy fría para ser verano. Descansa, yo contaré por ti, escucha decir a su lado. Es una voz que acaba en un par de manos enterradas, recorriendo su pelo. Y ella hace caso y sonríe, y se deja rascar y adormecer, y también deja de pensarse, aunque como en sueños sí que piensa o se sigue pensando, pero de forma atenuada, con mucha pereza, desde lejos. Y así vislumbra, igual que si estuviese en un corredor bañado de luces y sombras, todo aquello que tendrá que hacer hoy en el trabajo, y también lo que hará luego, a la tarde. Ella incluso piensa y aventura lo que hará durante el largo mes de setiembre, aún por llegar. Y en un momento dado se descubre pensando, o mejor recordando, lo que hicieron anoche y en ese instante imagina y cree adivinar qué quiere y querrá hacer él de aquí en adelante. Por eso le da un beso, en realidad únicamente lo intenta, porque está tan dormida, tiene tanto sueño, que el beso se pierde en los rincones de su cabeza acariciada. Inevitablemente ella vuelve a desvanecerse otro poco, hasta ahora mismo, que con pena le ha parecido oír algo como ya es la hora o ya es tarde, o ya han pasado ese par de minutos. Aún nota las dos manos trenzadas bajo su pelo cuando pestañea y abre los ojos. Se miran. Se incorporan. No dicen nada. Son ayer. Tiempo de despertar. 

------------