Todo
lo que no pasa nos pasa de noche. Cuando no somos nosotros sino
nuestros sueños. Y desde tu duermevela de párpados rendidos me
dices aquello que por la mañana te callaste. Mientras yo imagino,
pero cuando duermo en realidad me parece un recuerdo, todas esas
vidas que hemos tenido y no tendremos, y cada una de ellas con sus
correspondientes trabajos y empleos, y tantas comidas y cenas
compartidas contigo, después de haber bajado a la playa o tras haber
andado perdidos, recorriendo calles, o a la salida de un cine de
París. Curiosamente anoche soñé con nuestro último viaje no
realizado. Y parece que al otro lado del mar no discutíamos, ni nos
éramos insinceros. Desde luego a mí me encantaba tu risa, al tiempo
que yo sentía que todo nos podía pasar pese a saber que no nos
podía pasar a nosotros. O quizá sí y todavía somos posibles, pero
tan sólo de noche, sin tocarnos, dormidos.
domingo, 26 de julio de 2015
viernes, 24 de julio de 2015
De amarillo
Siempre
me ha gustado suponer más que saber, mirar en lugar de ver. Por eso
ella me gustó desde que la miré. O quizás, ahora que lo pienso,
cuando recuerdo, sólo supuse que ella me iba a gustar. El caso es
que llegó en ciclomotor y aparcó al final de una rampa que daba
acceso a la pequeña cala. Estacionó su motocicleta bajo una palmera
muy alta y un poco enferma, y enseguida se caló sobre su bonita,
pensé delicada, cabeza un sombrero de paja que vi florecer del
interior de su bolsa de playa. Y no sé por qué pero todo me iba
gustando. Antes ya se había quitado las gafas de sol con cristales
de espejo amarillo eléctrico y así pude admirar sus ojos, y estos
me gustaron. Como me gustó, en realidad me encantó, su traje de
baño, que también era amarillo, aunque de color más claro o menos
chillón, y de dos piezas. Y encima se sentó muy cerca de donde yo
había colocado mi toalla y donde leía, con calor y gorra, el primer
capítulo de Rayuela.
Y la novela me estaba gustando pero no tanto como su manual de
español. O no tanto como me gustó la manera en la que ella se
tumbaba boca abajo y pasaba páginas, no sé si leyéndolas o tan
sólo hojeándolas, cuando de repente ahora se desabrocha la parte de
arriba del bikini y en su espalda tostada, muy amarilla, surge una
franja algo más blanca, casi sin tostar, y todo parece volverse
distinto, lento. Y supongo que ya no puedo dejar de mirar porque en
un momento dado ella alza el cuello del libro y me ve mirándola. Y
entonces, puede que por rubor, puede que por la sorpresa, el gorro se
le cae un poquito hacia atrás, muy leve, como de forma
distraída, para quedarle igual que un birrete, como un improvisado
moño de paja sobre la coronilla. Sus labios perfilados en rosa
hablan un perfecto castellano, apenas algo de acento extranjero sin
procedencia, que sin embargo yo no comprendo. Y no la entiendo porque
lo suyo no era rubor, ya que mientras habla, ¿pero qué me está
diciendo?, ella se va incorporando y se sienta sobre su toalla y con
una pierna, la derecha, morena, tan esbelta y doblada bajo su hermana
izquierda, pisa la parte superior olvidada, abandonada, del traje de
baño amarillo. Y yo miro, yo veo. Y el mundo es redondo o así lo
pienso. También es doble. Casi simétrico. Digno de elogio. ¿Qué
decir? Pero debo decir algo. Y de hecho lo hago. Al menos oigo que es
mi voz la que habla. Pero me escucho desde muy lejos, como el que
atiende a las palabras de otro. Así oigo que le pregunto su nombre,
le pregunto por su tiempo en la ciudad, por su vida. ¿Y quieres una
cerveza? Claro que quiere. Acerco un poco la toalla entonces, si no
te importa. Pero qué le va a importar. Claro que sí, mejor incluso.
Pues brindemos. Luego me cuenta todo. Lo va narrando a sorbos. Y sus
labios rosas brillan mucho. De repente noto que, sin darme cuenta, yo
también estoy sobre la parte de arriba del bikini. Aunque déjame
que te cuente, que te explique de mí. Pero a ella siempre le ha
gustado más suponer, me hace saber. Yo no doy crédito. Me encanta.
Tanto que la gorra se me cae un poquito hacia atrás, deslizándose
hasta mi coronilla. ¿Qué iguales, no? Idénticos y risas. Y
simétricos seguimos allí muchas horas después hasta que cayó la
noche. Me gusta, lo cierto es que me encanta, suponer que desde la
distancia, apenas iluminados por las luces de los edificios, del
puerto, al otro lado de la bahía, no parecíamos dos sino uno.
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miércoles, 22 de julio de 2015
Mario
Mario
se siente acabado y se lo cuenta cada mañana a su reflejo, sin
miramientos, mientras en el baño intenta peinar ese mechón rebelde,
último retazo de la que hace años fue toda una melena rebelde.
Mario, lo mejor te queda muy atrás, se habla Mario con dureza; empleo, amor y juventud has perdido, te has perdido. Pero hoy el
teléfono suena pronto. Claro que Mario duda si cogerlo. Tiene miedo.
Finalmente contesta. Es una oferta de trabajo. Han aumentado la
producción. Quieren que vuelva. Y Mario no ha soltado el auricular
cuando escucha un nuevo timbrazo. Ahora es María. Después de tanto
tiempo quiere quedar. Esta misma noche. Los dos podían tomar algo
cerca del puerto. Los dos podían... No sabe bien qué. Pero ella
tiene muchas ganas de averiguarlo, repite varias veces. La tercera
llamada sorprende a Mario regresando al espejo. Y Mario ya no
responde. Aunque sí vuelve junto al teléfono y tira del cable.
Línea muerta. Silencio instantáneo. Y ese mechón rebelde que,
rendido, se pliega a los concienzudos vaivenes del peine. Es la
primera buena noticia del día. Mario se alegra. Incluso sonríe.
Está más guapo así, reconoce. Luego recuerda que se siente acabado, se lo cuenta como cada mañana y entonces hasta el Mario reflejado se entristece.
martes, 21 de julio de 2015
Café con leche
Recuerdo
cómo la taza te escondía nariz y boca, improvisado hocico de
porcelana blanca. Y tus ojos medio dormidos olían a café.
Centelleaban mientras te pedían algo que enseguida negarías con los
labios, también sabor café, pero con algo de leche, así te gusta
tomarlo. A mí, ya lo sabes, me hubiese gustado quedarme para
siempre, no irme jamás. Y quizás a ti también te hubiera agradado
aunque al rato probablemente no. Tampoco pasa nada. Tenía que
marcharme. Tenías razón. Era tarde. Cuestión de hallar la
incógnita entre antes o después. Con pena o sin ella. Desde luego
sin ti. Pese a que, otra vez con razón, yo podía haber remoloneado
unos minutos, a lo mejor incluso una hora o dos, por qué no tres.
Hacerme el perezoso para ganar tiempo, para pensarlo. Y mientras
tanto esperar juntos un nuevo día, con nuestras tazas en la mano,
sentados cerquísima, como alrededor de un fuego. Por favor un último
café, te lo prometo, habría mentido, pero ahora más claro, con
mucha leche, que sea tan sólo tu sombra o tal vez una pequeña nube,
de esas que persigues entre sonrisas por el cielo de Málaga. No lo
hice, lo siento. Me arrepiento cada mañana, cuando despierto del
mismo sueño. Entonces bebo café solo. Sin leche. Tan amargo que ya
no me sabe a ti.
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*Imagen: La autómata, lienzo de Edward Hopper.
lunes, 20 de julio de 2015
Mal de ojos
Al
principio ella era toda ojos. Dos ojos únicos, iguales, redondos e
inmensos, tan intensos como un sueño. De noche pequeños capilares
trazaban sus párpados juntos, abrazados. Adentro dormía el color,
la luz de mi mañana. Yo siempre le hablé a los ojos, sin pestañear.
Así descubrí que menguaban. Que tras cada riña, después de una
nueva decepción, aquellos ojos se encogían. Más y más diminutos, se fueron perdiendo por el mapa de su rostro. Hasta que un día, el último, ya
no estaban. Dos ojos desaparecidos, borrados, invisibles. Y un amor
que nunca había sido ciego.
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sábado, 11 de julio de 2015
BOB DYLAN (Córdoba 9/7/15)
Bob Dylan nunca me faltó cuando todas me faltaron. Tampoco me dejó
cuando me habían dejado. Porque sin estarlo Bob Dylan siempre estuvo
y ha estado ahí. Con sus largas letras de desamor para esas veces
que ya nada nos queda, amor. Bob Dylan, viejo amigo que estudió
conmigo cada noche de carrera. Con el que he escrito tantos cuentos.
Continuamente Bob Dylan se acerca al oído para dictarme frases que
mi mano jamás imaginaría. Bob Dylan también sabe ser un formidable
compañero de viaje, que charla por los dos cuando subo al coche. Y
Bob Dylan de ningún modo se escaquea las tardes que salgo a correr
hasta el dique de Levante. Entonces parece que sobre el puerto no
anochecerá nunca, o al menos no del todo, hasta que termine de sonar
la última nota de su Not dark yet. Bob Dylan eligió,
contando los bises, otras veinte canciones distintas que versionar
(algunos clásicos y mucho material de este siglo) para su concierto del pasado jueves en el Teatro de la Axerquía. Vestido de riguroso negro
de tobillos a cabeza, sus pies de setentón calzaban botas de una
nieve poco común en Córdoba, Bob Dylan fue el más enjuto de
los héroes. Con ojos claros y brillantes bajo la sombra de su
sombrero. En el Festival de la Guitarra Bob Dylan prefirió
tocar piano y armónica. Y Bob Dylan tocó más bien que mal. Igual
que cantó más mal que bien. Como suele. Algo extraño fue verlo
deambular por el escenario, pasear como un campeón en busca de
aspirante. Durante el round final a Bob Dylan le bastó con
arquear ambas piernas y extender sus brazos al cálido cielo de julio
para desatar la locura de un anfiteatro enamorado. Ante nuestra
sorpresa, Bob Dylan posaba. Qué cierto. Aunque había trampa: los
fotógrafos tenían prohibido el acceso. Qué certísimo. Y mientras
Bob Dylan nos miraba desde el centro del escenario, satisfecho de sí
mismo, con la cegadora luz de los focos y sus músicos escoltándole,
y toda Córdoba convertida en un aplauso eterno, yo también quise
ser feliz y me engañé creyendo que mi viejo amigo Bob Dylan me
reconocía entre el público y se alegraba de verme. Él no sonrió.
Pero una vez más Bob Dylan tampoco faltó en mi vida. ¡Gracias,
maestro!
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*Fotografías: Diario Córdoba
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sábado, 4 de julio de 2015
Anoche
A
veces se descubre tan harto de ayer que llora hasta mañana. Con cada
ojo atrapado en la pequeña cuenca de una mano temblorosa. Son noches
de lágrimas sabor cerveza. Primero bebe una. Luego otra. Y luego
otra más. Así hasta que pierde la cuenta. Entonces se toma la
última como brindis a quién era. A quién fue. Pero hace tiempo que
no se reconoce. Aunque se busca en las páginas de un libro en
blanco. En los versos de una canción sin letra. Para su sorpresa aún
recuerda antiguos hoy. Sueños que el alcohol vuelve reales. Que
intenta tocar con dedos suplicantes. Pero queman. Igual que un fuego
fatuo. Y ya no cree en ellos. Tampoco en él. Ni en su fantasma.
miércoles, 1 de julio de 2015
'Sopa de letras' (relato)
D
quiere casarse con E.
Pero D nunca encuentra el momento ni las palabras adecuadas para
proponerlo. Aunque cada tarde D y E bajan cogidos de la mano a la
playa, y D se siente morir cuando ve a E tan ladeada sobre su toalla,
tan envuelta por los últimos rayos de sol, convertida en el más
hermoso de los lienzos. Pero entonces la lengua de D siempre se
traba, volviendo sus palabras inciertas. O tal vez son ciertas.
Aunque sólo durante un instante, antes de pronunciarlas. Y un día
llueve pese a ser verano y D y E no quedan. Realmente lo decide E. De
modo que D también tiene que tomar su decisión: bajar al centro en
autobús o bicicleta. Acaba yendo a pie. D busca una novela que su
buen amigo S
le ha recomendado encarecidamente.
No sabe que A
trabaja en la pequeña librería de segunda mano y libros de ocasión
ubicada en calle M.
A es bella como un recuerdo, piensa D. A habla muy dulce. También
muy bajito. A parece no querer causar jamás molestia. Ni tan
siquiera al aire que la envuelve. Por supuesto, A no molesta a D sino
que le supone una gran ayuda. D encuentra la novela y un primer
atisbo de amor. Y no puede decirse que el mal tiempo veraniego dure.
Como tampoco puede afirmarse, sin faltar a la verdad, que D ya no
quiera casarse con E. Aunque en D ha despertado el anhelo de
desposarse con A. S opina que su amigo ha enloquecido. Y D actúa
cómo únicamente actuaría un loco. O un genio. Porque D sale con E
y A a la vez. Por tanto, D empieza a alternar las tardes en la playa
con los cafés literarios, las noches de terraza con los estrenos
teatrales. Es cuestión de tiempo que D, E y A terminen coincidiendo.
Ya ha acabado el verano cuando sucede. D sale de una tienda con A
cogida de la mano. Cuando allí que aparece E como llovida del cielo.
Además, E camina asida del brazo de O,
un despeinado periodista con fama de pagado de sí mismo, auténtico
adicto a perorar sin pausa acerca de las grandezas de su blog. D
escapa con tino del descorazonador encontronazo. Claro que D no
concibe, ni tan siquiera imagina, lo imposible. ¿Quién podría
adivinar algo así? Y es que E y A se han gustado. Y una y otra
deciden un día verse a solas esa misma noche. Y la siguiente
repiten. Y de pronto se dicen te quiero. Y al final se casan. Porque
ellas sí encontraron el momento y las palabras adecuadas. D es
testigo en la boda. Igual que R,
que tiene unos ojos enormes. Capaces de constelar un corazón
propenso a sofocos. R ha oído que D es un cabrón. Pero en la firma,
visto así de frente, al otro lado de las contrayentes, R lo juzga
simpático. Incluso interesante. Y durante la posterior celebración,
en un bar cercano a la playa, D saca a bailar a R para que todo pueda
empezar de nuevo.
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*Una las letras para resolver la sopa.
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*Una las letras para resolver la sopa.
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