miércoles, 23 de marzo de 2016

Rayos

Como en la primera frase de Galveston, me tomaron una foto del pecho. Siendo muy preciso, de tórax y abdomen; eso decía la autorización médica. Debajo, en grande, volví a leer: URGENTE. Sin prisa, posé de espaldas. “También de perfil”, me ordenaron enseguida. Aquella sala color gris, tan aséptica, me erizó todo el miedo. “Vístete y sal”. Afuera, en el pasillo vacío, no supe si sentarme. Supersticioso, decidí esperar de pie. Y cerré los ojos o se me cerraron antes de escuchar mi nombre. La enfermera caminaba con salud de hierro. Sostenía junto a su pecho la fotografía del mío. Hoy el futuro nos llega revelado.  

martes, 15 de marzo de 2016

Marienbad eléctrico


Mientras leo Marienbad eléctrico, el último libro (extraña novela de título dylanita o dylaniano, acaso un ensayo, puede que únicamente otro juego literario) de Enrique Vila-Matas, recuerdo, aunque en realidad lo descubro porque nunca hasta ahora tuve conocimiento de ello, que yo también me hospedé, al menos durante un rato, en el Splendide Hotel, instalación imposible de sólo un cuarto, además inaccesible, además casi invisible, que la artista francesa Dominique González-Foerster inauguró dentro del Palacio de Cristal, en los madrileños jardines del Buen Retiro, hará cosa de año y medio; tal vez sucedió hace dos. Yo estuve allí una tarde de agosto, eso sí lo recordaba. Habíamos llegado a la ciudad la víspera. Y a las seis el calor superaba lo soportable e insoportable. Entonces vimos la treintena de mecedoras, cada una con su libro atado, llamándonos al descanso. Me senté donde Conan Doyle y Holmes, negro sobre blanco, esperaban compañía. Y leí un poco. Dormité otro tanto. Cómo me gustó (creo que a todos nos encantó) el Splendide Hotel, pese a que no supe qué era ni pensé que pudiera tener tan sonoro nombre. Todo ha surgido veinte meses después cuando, ahora que vivo y pienso en Madrid, las páginas de Vila-Matas arrojan una segunda e inesperada lectura.

Dos semanas he pasado en cama a causa de una gripe. Quizá por eso escribo de nuevo. Pero hoy quiero (estoy decidido a) revisitar el Splendide Hotel, aunque ya no exista; a lo mejor únicamente sobrevive como memoria o parte de la mía. Para salir de dudas, arriba de la calle Arniches he comprado una mecedora descolorida y la he arrastrado hasta el Palacio de Cristal. Llevo varias horas dejándome mecer mientras termino los últimos capítulos de Marienbad eléctrico. Sin embargo, no sé por qué, por momentos levanto los ojos del libro y observo absorto mi reflejo bajo el sol de marzo. No parezco yo. Es un fantasma o su recuerdo de agosto olvidado, me digo sin comprender qué he dicho. De repente, escribo en voz alta la primera frase de este cuento, imaginando que tú aún me lees.