sábado, 28 de octubre de 2017

(La) Sal de la Tierra

La bañista de Los Baños es la sal de la Tierra. Muy pronto cada tarde, en verano e invierno, ella marcha al mar surcando la costa. Para la bañista de Los Baños nada(r) lo es todo. Por eso, nada más llegar a la playa, se despereza toda la ropa, salvo el bañador azul cielo(s), y sus pies de arena corren a zambullirse de sed. La bañista de Los Baños aflora de nuevo entre las olas con crestas de espuma y pelo a la deriva, coral en los ojos. La piel estalla de mar. A la primera brazada rema una segunda y después muchas otras. La bañista de Los Baños nada/toda una hora, dos, a veces tres. Hasta otear el naufragio. Pero la bañista de Los Baños es viva y se hace muerta. Bocarriba bajo el atardecer, flota entre (b)risas. Cuando el sol termina de hundirse en la almohada del horizonte, la bañista de Los Baños es la sal de la Tierra que sale del mar a recoger su ropa y guardar la tarde. Hasta mañana. 

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martes, 17 de octubre de 2017

Me dieron una foto de ti por dentro

Me dieron una foto de ti por dentro. En blanco y negro, vi tus huesos y tus ideas, me sobrecogió tu corazón y todo lo que (sos)tiene. Dentro de tu foto estaban también el sándwich de anoche, tu canción, un recuerdo que ni yo ya casi recuerdo, lo mejor de nosotros tres y la mancha. Esa mancha enfadada, borrosa, enemiga. Tanto que quise soplarla muy lejos, taparla con un solo dedo. Y dibujar encima esa sonrisa que siempre te hace reír.

jueves, 31 de agosto de 2017

Agosto agotado

La última tarde de agosto se ajustó el ojo de cristal, la pata de palo y fue a bañarse a Los Baños. En la playa, apenas si quedaban ya bañistas cuando el mar sí comenzaba ya, muy de a poco y sin perder calma, a perder su outfit azul marino. El hombre del ojo de cristal y la pata de palo se mojó con brazadas secas. Nadó como si nada hasta orillarse lejos de la orilla. Dejó rápidamente atrás la parte en que haces pie (aunque sea de puntillas) y también el largo y oscurecido dique al final de la cala. Acostado frente a la costa, igual que naufragado o como quien juega a muerto, pero siempre anclado a su pata de palo, el hombre del ojo de cristal y la pata de palo se dejó flotar bocarriba, a la deriva. Más allá de Los Baños, ya no era posible distinguirlo, horizontal contra el horizonte. De noche, en algún punto mar adentro, debió de ver la primera estrella: salada y fugaz. Seguida enseguida de la segunda y después de otra y tantas otras más. Tocado por las estrellas, imagino, el hombre del ojo de cristal y la pata de palo se estrelló en el último cielo de agosto agotado.

martes, 27 de junio de 2017

(en) una noche de verano

Una vez (en) una noche de verano llovieron tantas estrellas que la sombrilla jugó a ser paraguas y tu playa, (el) cielo. Acabábamos de ver cómo el último avión (llegado) desde el continente aterrizaba (en sus alas) las primeras luces sobre la ciudad. Y tú, con tu cámara siempre a mano por nada, para todo: fotografía del atardecer, de aquellos dos hangares, de nosotros juntos y tras la pista del aeropuerto mientras detrás se nos cae el sol (casi) encima. Ahora es una foto de mí, de espaldas, caminando (contigo) hacia la playa. Allí, extenderemos la toalla (amarilla), nos sentaremos y descorcharemos esta y otra (y también otra) cerveza. Porque querrás brindar con cada (penúltima) estrella fugaz, centelleante, casi invisible una vez, (en) una noche de verano.

domingo, 18 de junio de 2017

She (con permiso de Elvis Costello)


Tras tanto, tu dirías “tantísimo”, la primera noche que volví a soñar con ella pensé en nosotros, en las casualidades, en nada y en que todo pasa, en que al final siempre se pasa. Pero con la segunda y después de la tercera noche seguida me fue muy difícil creer. Y, a la cuarta, dejé el cuarto. Hasta que, irremediable, la pesadilla de un mes entero soñándola me derivó al médico, que en realidad era ella, disfrazada. Enseguida reconocí su voz, esa forma tan suya de decir “lo siento”. Aunque hice caso y tomé toda la caja de pastillas color sus ojos. Así empecé a verla también de día: en las calles, detrás de los escaparates, ahora subida en este vagón, esperándome debajo de cada vaso y de madrugada oigo su risa, inalcanzable al otro lado de la almohada. Incluso ha vuelto a llamarme por teléfono. Tan como antes, tan ella, tú dirás “tantísimo”, que no sueño.

jueves, 18 de mayo de 2017

Pide un deseo

Que quien más quieras y quieres te dé un beso enorme esta noche. Y que mañana, después de haber soñado tu mejor sueño, te despierten con otro bien grande, de todo corazón. Ojalá que esa ducha tras levantarte sea larga, el pan crujiente y tu taza de café doble te sepa a doble gloria. Que no encuentres atasco en tu camino al trabajo pero sí aparcamiento, a la primera y junto a la puerta de entrada. También muchos buenos días. Que a cada paso te reciban otra nueva sonrisa y un te quiero. Para que así mañana todo sea tranquilo, feliz y perfecto cuando te pongas tus guantes de hacer magia y entres a quirófano.

A los ángeles del hospital, ¡gracias!

miércoles, 5 de abril de 2017

Nuevo

Ahora vivo en un barrio nuevo. En una casa nueva, donde las puertas, de color amarillo, las paredes, también amarillas, y hasta las ventanas y su luz coloreada, casi amarilla, son nuevas. Incluso la calle, que se derrama del otro lado del cristal, tan amarillo, parece nueva cuando desde esta ventana, muy pronto aún por la mañana, te veo pasar calle abajo. Veloz, elástica, con tu sombrero amarillo nuevo. 

lunes, 20 de marzo de 2017

S.E.R.(de tu ciudad)

"Contempla toda la luna nueva. En su superficie, por fin encuentra el blanco que busca. Es perfecto. Anota las coordenadas. También la hora. El dedo ya se le dispara. Explota de puro entusiasmo. No hay duda, al hombre del S.E.R. le encanta multarte."

domingo, 12 de marzo de 2017

Hasta mañana

Sara sube al 27 en Rubén Darío y ya se baja, de la mano de Botero. No tenemos mucho tiempo. Apenas tres paradas y dos semáforos esculpidos todo al rojo. Como el jersey que viste Sara esta mañana que le cedo ventana para ver qué ve por encima de sus grandes ojeras de ojos grandes, aún casi dormidos. “¿Mala noche?” “Pero peor día”. Y como cada día, de lunes a viernes, sonreímos hasta que, no sé... De repente, las piernas quieren rozarse y los pies, tan sólo escapar. Es la próxima, anuncia el autobús. Bajo el sol de marzo, Botero que nos saluda. Y nos despedimos: hasta mañana.

mano-botero

jueves, 9 de marzo de 2017

Papel mojado

20 años después y Los tres mosqueteros uno junto al otro, lomo con lomo, sobre la cisterna del váter. En el lavabo, Robinson Crusoe, El Aleph de Borges y un poco de espuma de Moby Dick. Lolita dentro de un cajón para cremas. En el de al lado, donde el secador, Piglia. Mi Estrella distante, justo entre el hueco chileno que trazan dos toallas amarillas. Y también muy cerca, Corazón tan blanco, Drácula, la obra completa de Conan Doyle, una segunda parte del Quijote y hasta Rayuela, en varias ediciones. Porque Brenda guarda en el baño sus libros. Todos ellos. Ahí tiene su biblioteca, me cuenta orgullosa. Precisamente ahí, sigue diciéndome, mientras se peina, se lava los dientes, la cara, maquilla o desmaquilla, o incluso cuando hace lo que tan sólo se hace en el baño, y veo como ahora me guiña, en esos momentos Brenda siempre recurre a su biblioteca: mira sus libros, piensa en ellos, les acaricia el lomo, hasta que finalmente (inevitable, confiesa) vuelve a leerlos. Una lectura fragmentada la de Brenda, miope, como sin aclarar todavía. Al final, las páginas se acaban doblando, cuando no empapando, a causa de la humedad y la tinta coge color invisible. Por eso, a veces, Brenda recita frases que ya no están en ninguna página. Y, de repente, el pelo rebozado entero en champú, se acuerda de Philip Roth y su Goodbye, Columbus “con los ojos acuosos, aunque no por el agua”, que el desagüe ya ha borrado. 

jueves, 16 de febrero de 2017

La vida en las ventanas

En mi habitación hay una ventana que da a ningún sitio. Es una ventana invisible, casi no existe, está tapiada. Sin embargo, siempre me descubro mirándola aterrado, igual que si temiese (ver) algo, aunque no imagino qué. Porque son sólo ladrillos. Quince filas enteras, separando este lado del otro. Y cuando, como ahora, oigo voces detrás de la ventana, yo jamás miro.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Ideal(ista)

Nunca supimos si la casa también estaba encantada, pero desde luego a ti y a mí nos encantó. Ya nos veíamos allí viviendo: desayunando, comiendo y después cenándonos. Con sueño, soñando, madrugando o quedándonos dormidos hasta las doce, entrando y saliendo al trabajo o de paseo, a hacer recados, para viajar, ir al cine, al teatro, a museos, al bar de la esquina, a ningún sitio en especial, pero venga, vamos. Tú y yo. En ese piso, los dos leyendo, riendo, charlando, discutiendo, escribiendo, pintándolo entero de amarillo, comprando una mesa, muchas sillas, el sofá cama de las visitas, abriendo cada tarde nuestro buzón sin cartas, enmarcando todas estas fotos, los miércoles pidiendo del chino, italiano para llevar en viernes, instalando internet, el fijo, jugando a las cartas, tirando la basura, barriendo, ensuciando, jodiendo, bailando, lloviendo fuera y nosotros frente al televisor. Nos veíamos en esa casa encantados, imaginamos que el casero también. Pero sólo era un fantasma: “Necesitaré vuestros contratos indefinidos, las tres últimas nóminas, seis meses de fianza, un avalista, que me incluyáis en el testamento, prueba de sangre de cada uno, otra de orina, el certificado de antecedentes penales, la secuenciación de vuestro genoma, que sepáis silbar y seáis bastante más altos antes de entrar a vivir, nada de gafas tampoco, ni de mascotas, y dad gracias que no lo alquilo a través de agencia”.

sábado, 21 de enero de 2017

Imposibilidad de nosotros

Sucede siempre igual que nunca coincidimos. Ni de mañana, ni de tarde. Tampoco al caer la noche. Como el Sol y la Luna. O arriba y abajo. Incluso antes y después. Somos irreconciliables, trocitos, par de imposibles. Por eso, cuando entro por la puerta, tú saltas por una ventana. Y si te llamo, no coges el teléfono. Subes a ese metro del que salgo. Cambias la línea, de gafas y hasta tus ojos. Ahora ves otra serie. Lees a otro autor (al que odio). Tu color favorito, opuesto al mío. Vegetariana y jamás vegetariano. ¿Cerveza? Mejor vino. Y tras los postres distintos, el mal sabor en la lengua de tu “tú a mí no”. Porque, da igual que nunca coincidamos, tú a mí sí. Todavía siempre.

viernes, 20 de enero de 2017

Sostiene Pereira

Que va a darme empleo: He venido desde el Lisboa de Lisboa, eso sostiene Pereira, a pedirle que a partir de ahora sea usted quien escriba las necrológicas anticipadas de los grandes escritores que “aún están por morirse” para mi pequeño diario apolítico, tan de papel. Así lo sostiene Pereira, igual que sostiene con ambas manos su limonada, la segunda ya que se toma en este huequito de cafetería de Atocha. Pero antes, dice después de haberse secado los labios, he de preguntar si le interesa a usted la muerte; porque, permítame la franqueza, yo no quiero creer en la resurrección de esta carne (señalándose el abultado estómago), aunque, lo confieso, sí sigo su blog. En realidad, me oigo que voy respondiendo, ahora escribo más para ConSalud. Pereira sostiene todo su espanto mientras ordena algunas ideas y otra limonada con mirada casi decidida. Un ojo, el izquierdo, puedo verlo, se asusta y al final se le escapa, silbando: ¿¡Prensa salazarista!? Debí haberlo visto venir, el verde de su camisa verde. No, no, me repito, tan sólo verde sanitario. Y su inevitable relación con la muerte, espero; aventura o intenta sostener Pereira, que enseguida sí que sostiene una larga lista de escritores sobre quienes habré de escribir: Puede comenzar por Mauriac o Bernanos. ¿Y entonces por qué no Lorca? Lo interrumpo. De nuevo el ojo fugitivo, medio suicida; este hombre debe de padecer de mala vida, adivino. Porque, sostiene Pereira y lo sostiene como si jamás fuese a soltarlo, Federico ya está muerto, Monteiro Rossi. Y yo quiero negar, recordarle que no me llamo así, pero las letras que conforman M-o-n-t-e-i-r-o-R-o-s-s-i empiezan a dibujar a Marta en el andén. Andarina, sonriente, verano de enero, ella pide la silla libre al hombre calvo sentado en la mesa de al lado, que por primera vez levanta las gafas del cuaderno donde tomaba notas. Parece muy cansado. Nos mira, (nos) espera. Continúe, Tabucchi, que no va a escribirse solo, sostiene Pereira. 

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Relato inspirado en la novela Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi