jueves, 9 de marzo de 2017

Papel mojado

20 años después y Los tres mosqueteros uno junto al otro, lomo con lomo, sobre la cisterna del váter. En el lavabo, Robinson Crusoe, El Aleph de Borges y un poco de espuma de Moby Dick. Lolita dentro de un cajón para cremas. En el de al lado, donde el secador, Piglia. Mi Estrella distante, justo entre el hueco chileno que trazan dos toallas amarillas. Y también muy cerca, Corazón tan blanco, Drácula, la obra completa de Conan Doyle, una segunda parte del Quijote y hasta Rayuela, en varias ediciones. Porque Brenda guarda en el baño sus libros. Todos ellos. Ahí tiene su biblioteca, me cuenta orgullosa. Precisamente ahí, sigue diciéndome, mientras se peina, se lava los dientes, la cara, maquilla o desmaquilla, o incluso cuando hace lo que tan sólo se hace en el baño, y veo como ahora me guiña, en esos momentos Brenda siempre recurre a su biblioteca: mira sus libros, piensa en ellos, les acaricia el lomo, hasta que finalmente (inevitable, confiesa) vuelve a leerlos. Una lectura fragmentada la de Brenda, miope, como sin aclarar todavía. Al final, las páginas se acaban doblando, cuando no empapando, a causa de la humedad y la tinta coge color invisible. Por eso, a veces, Brenda recita frases que ya no están en ninguna página. Y, de repente, el pelo rebozado entero en champú, se acuerda de Philip Roth y su Goodbye, Columbus “con los ojos acuosos, aunque no por el agua”, que el desagüe ya ha borrado.