martes, 27 de noviembre de 2018

Me encanta andar contigo

De un sitio a otro me gusta andar contigo. A ninguna parte o da igual adónde, si a mí lo que me gusta es andar contigo. Tanto despacio como a la carrera, para un recado, al cine, hasta el final del puerto, pero me gusta andar contigo. Me gusta andar contigo en bicicleta, coche y hasta en avión. Porque los problemas quedan atrás, tropiezan, cuando ando contigo. A menudo me imagino que sigo allí y aún andamos juntos. Y es que tus palabras siempre andan conmigo. Incluso ahora, que ando sin ti.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Leo en el periódico

“Poco o casi nada hasta el momento se ha escrito acerca del escalofriante número de muertes que la bufanda provoca cada año. Como usuario de esta prenda de abrigo, por desgracia padezco dolores crónicos de garganta desde hace décadas, siempre vigilo que ninguno de los extremos de mi bufanda quede ‘al viento’, ya que ahí radica la principal causa de defunción por bufanda. Un pequeño trozo de tela, de repente, enganchado en una puerta que se cierra, la del metro, autobús o automóvil, por citar tan solo tres ejemplos, y la persona se ve arrastrada a un destino horrible. Aunque son muchos más los riesgos […] Por eso, de un tiempo a esta parte, he dedicado mi capacidad, recursos y esfuerzos a la exigente pero reconfortante tarea de recopilar, en este volumen que acaba de salir al mercado, todos los casos de decesos por bufanda registrados oficialmente hasta la fecha. De esta forma, la persona que adquiera mi libro y siga las pautas que en él se especifican, podrá sentirse segura, ahora que llega el invierno, cuando se anude la bufanda al cuello. Y es que no solo he recogido esos posibles accidentes a los que estamos a diario expuestos los usuarios de bufanda, sino que este volumen incluye en su último capítulo un tratado de consejos y buenas prácticas sobre el correcto y recomendable uso de la bufanda […] Si los lectores llaman al [número de teléfono suprimido], yo mismo me desplazaré encantado a los domicilios para entregar, uno por uno, cada flamante ejemplar del Compendio de amenazas y errores en el empleo de bufandas, y cómo sobrevivir a ellas […] Sobra referir que el precio de mi libro es innegociable.”

sábado, 24 de noviembre de 2018

A propósito de la inalcanzable Teodelina Villar

Como si una parte de mí, de seguro la más ilusa, soñase ser Borges en El Zahir, también yo me he enamorado de una estrella. Sevillana, inalcanzable, casi de papel, la Teodelina Villar de este otro cuento sonríe igual que un viernes tarde. Algo más tarde es cuando, desde hace meses, acudo al centro cada viernes noche para verla protagonizar una modesta pero muy aplaudida representación teatral. Tras oscurecerse las luces, no hay un espectador sin ‘esa emoción’ en los ojos. Minutos después, contra la barra de cualquier bar próximo, murmuro enfebrecido las líneas finales de Teodelina. Solo una vez, animado por el espíritu del vino, me he atrevido a intentar aquello que tanto imagino. Sucedió anoche, aunque de alguna forma todavía perdura. Estoy aguardando frente a la puerta trasera del teatro. Entre mis manos, este ramo de flores amarillas. El fantasma de Teodelina Villar no tarda en aparecer(se). Todo un giro dramático descubrir que camina del brazo de otro. Juraría, además, que el tipo se parece y, al mismo tiempo, no se parece en nada a mí. Calle abajo los escucho reír. La vuelta al piso es tan triste como inesperadamente feliz. Una parte de mí, de seguro la más ilusa, regresa a El Zahir soñándose por fin un poco Borges.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Cuento para Zenda (por Pablo Narváez)

- Venga, Oñate, ¡arriba! 

Así se animó a sí mismo el viejo aquella mañana, un poco más madrugadora de lo que solía ser. Se asomó a la ventana, hacia al mar, casi por instinto. Tantos años dedicados a la pesca es lo que tiene, deja costumbres arraigadas en lo más profundo del alma. Supo al instante que el cielo estaba despejado con el mar en calma, por lo que se podría faenar sin problema. Sonrió, pero Oñate tenía esa mañana otro objetivo muy diferente. Se acercó al escritorio y sacó del último cajón un cepillo. Su sonrisa se volvió más afable aun cuando recogió de debajo de la misma mesa unas pequeñas botas de fútbol. Inmediatamente fue a la cocina a limpiarlas de algunos restos de suciedad que tenían del entreno del día anterior. Al empezar a frotar las botas empezó a recordar su infancia en Sestao, cuando fue ayudante de utillero en el club de la localidad. Fueron años buenos, emocionantes. El equipo tuvo serias posibilidades de subir a segunda, ¡subir a segunda! Qué bueno hubiera sido haber visto a su equipo ascender. Lamentablemente no estuvo el año en el que el Sestao subió. Oñate se mudó a Barbate años antes por la oportunidad que se le brindó para trabajar como pescador de atunes. Aquellos años hubo un boom en la industria y, con dolor, decidió aprovechar la oportunidad y labrarse un futuro. 

- Estaré allí unos años y volveré a casa. 

Recuerda Oñate que decía a todos sus conocidos aquella frase. Pero el destino es caprichoso y con los meses, al llegar a Barbate, conoció a una gaditana, la que sería su esposa. Desde ese instante supo que Andalucía sería su hogar y con los años tendría una hija, Sofía. Durante aquella época hubo momentos buenos y otros que pudieran haber sido mejores, como la vida misma. Pero bien sabía Oñate que era feliz, incluso estando jubilado. 

Se encerró en su cuarto cuando terminó de limpiar y secar las botas, bien sabe un utillero que debe hacer profesionalmente su trabajo y Oñate estaba comprometido a conciencia. Estaba terminando de colocar la ropa deportiva en la pequeña mochila cuando de repente se abrió la puerta: 

- Aita, ¿qué te queda?, preguntó su hija, ya una mujer de familia. 
- Nada, termino de preparar la bolsa y listo. 
- Rápido que no llegamos al partido, le apremió. 

Oñate cerró la cremallera de la bolsa, colocó el cepillo en su sitio y acudió a la entrada de la casa, donde estaba su hija y su nieta. 

- Vamos, abuelo, ¡que llegamos tarde! 
- Ya voy, hija, ya voy. Le dijo con una sonrisa, mientras le acercaba su bolsa de deporte. 
- ¡Gracias, abuelo!, dijo su nieta feliz. 

En ese momento, Oñate dio la mano a su nieta, emocionado, y salieron los tres de camino al colegio deseando llegar para verla jugar su primer partido de fútbol.

miércoles, 31 de octubre de 2018

Gris

Frente al sofá del tiempo gris, 
otra película en blanco y negro, y gris. 
Día gris, cielo gris, 
la calle gris y esta ventana gris. 
Todo gris. 
Cada día, más gris. 
Como tus ojos casi gris,
en mi memoria gris,
por nuestro adiós tan gris.

viernes, 19 de octubre de 2018

(En) Peligro por obras

Sin asomo de remedio, el andamio tras la ventana se oxida de tanto y tan expuesto. Entretanto, el traqueteo de la alquitranadora remonta el desgastado firme de calle Juan de Olías como una lengua de lava fatal, manejada por diablos de chaleco amarillo. Pero en el infierno estrecho de Estrecho ya no hace calor ninguno. Madrid y octubre se han quedado fríos. Todo llovido. Cada desayuno observo, detrás de mi ventana y su fachada de andamio, esa paciencia con la que una excavadora rigurosamente amarilla desagua el barro primigenio acumulado durante la noche en el solar frente a casa (“Comience aquí su nueva vida, ¡visite nuestro piso piloto!”). Y cuando el mundo entero se deshace en construcción, inevitable entonces preguntarse si acaso yo no podría reformarme también de arriba abajo… Desde la calle, me alcanzan repentinas risas de operario. La coincidencia guarda algo de guasa semiderruida, casi clausurada. En peligro por obras.

domingo, 14 de octubre de 2018

andaMÍO

Justo cuando peor estaba, montaron el andamio. “No quedó otra, se viene abajo”, me explica uno de los operarios en el portal. Desde la calle, las formas ortopédicas, rematadamente aparatosas, del andamio me incomodan. Pero no debo preocuparme: “Todo va a salir bien”, asegura otro trabajador. Yo quiero creer que sí. Aunque, durante las horas sin hora de la noche, el andamio tiembla presa del viento y, por momentos, parece a punto de no poder soportarlo. Sin embargo, aún resiste. En pie al alba, a por una mañana más.

domingo, 30 de septiembre de 2018

ArqueTIpo

Son esos días que no sé qué días son. Voy volviendo del trabajo y te me apareces en cada banco de Madrid. ¿Eres tú o tu indistinguible arquetipo borgiano? Porque cuando me acerco, desapareces irremediablemente. En total, las he contado, de regreso a casa me encuentro con diecinueve proyecciones tuyas. Sin embargo, solo una sola de ellas acaba siendo (como) tú. Cierto es que tienes otro color y corte de pelo, hablas con otra voz e incluso distinto acento. Pero son los suyos tus ojos de asombro. Por eso, me siento y, quizá también por eso, sonríes. La conversación se anima conforme va palideciendo el tráfico. Ya prenden algunas farolas madrugadoras, aunque siempre atardecerá un poco más tarde esos días que no sé qué días son.

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domingo, 2 de septiembre de 2018

"¡Hola, papá!"


Todos los sábados y domingos de agosto, papá me busca entre las páginas de Diario Sur. Espera leer ese cuento que no consigo escribir. Aunque quizás hoy sea mi día. Ha madrugado mucho a por su periódico de camino a la playa. Media bahía aún duerme, la otra mitad se frota los ojos: “¡Hola, papá!”.

Pd: ¡gracias, Diario Sur!

domingo, 27 de mayo de 2018

El Cantante (de Estrecho)


Ese soy yo. No importa cuántos aseguren que canto mal o, de verdad cuánto imbécil anda suelto, que haya alguno que otro que va por ahí proclamando que doy pena. ¡¿Yo?! Tienen envidia. Así, sin más. Porque todas las noches de jueves el café bar se llena igual que un vaso de cerveza y un dedo de espuma. Expectante, mi público aguarda. Y siempre, créeme cuando te digo que mucho del éxito reside en la anticipación, les hago esperar un poquito; lo justo para que tampoco desesperen. De modo que, pasadas las once y media, de entre bambalinas surjo con mi sombrero sobre los hombros, la camisa de lunares bien ceñida al abdomen (invisible la faja inevitable), mi par de botas de serpiente y de la suerte, y una chaqueta entallada de cualquier color menos el amarillo; soy valiente, no suicida. Si la recepción del respetable resulta tibia o contenida, ya sabes, escasos aplausos, alguna tos inquieta, entonces canto Ódiame y el café bar, como si fuese un ser hecho de infinitos seres, me ama enfervorecido. Las ocasiones, la mayoría, en que me aclaman sin haber lanzado todavía un gorgorito, busco a Rubén para que pinche El Cantante y de repente no hay marcha atrás. Estallo y estallan conmigo. Dinamitamos el barrio entero en dos, tres y a veces hasta cuatro horas seguidas de locura y voz, voz, más voz. Mi voz llenando el universo. Sin descanso ni pausas. No creo en los bises. Simplemente, me entrego hasta que se hace tan tarde que parece muy pronto. A estas alturas, se me han vuelto incontables las madrugadas apabullantes, pletóricas, veladas de leyenda. Y es que por dentro me devora el éxtasis imposible de poder ser Dylan, Raphael, Freddie y Julio en una sola vida y casi al mismo tiempo. Mi repertorio, además, jamás se agota. Solo crece, mejora, lo perfecciono. En el esforzado trabajo constante, recuérdalo, habita otra gran parte del éxito. Por eso, únicamente soy yo El Cantante de Estrecho, isla de felicidad dentro del Pequeño Caribe. Pero no busco la fama, el halago, ni tan siquiera la Grandeza. Mi música es por y para Sara, aquella que nunca viene a verme cantar; la de los ojos grandes que miro y admiro cuando nos cruzamos día tras día en Bravo Murillo, General Perón, Infanta Mercedes o el Mercado de Maravillas y ella guía mi norte cercano y lejano. Sara me desvive. Quién pudiese volver atrás, deshacer el enredo y callar lo dicho. Aunque hoy todo suena distinto. A través de una conocida, he conocido que Sara por fin vendrá esta noche a oírme cantar. Oídme, en un rato Sara vendrá a escucharme. Por supuesto, sobra el titubeo, ha de ser mi mejor función, qué digo, estamos ante LA FUNCIÓN. Cada melodía debe parecer escrita para que mi voz la acaricie. Quedan apenas instantes. Ya siento la soledad del foco. Cómo sobreviviré cuando nuestras miradas se reencuentren. Estrecho se estrecha de a poco sobre mi pecho. Se acerca la hora de El Cantante. Y ese soy yo.

miércoles, 23 de mayo de 2018

El Sueco


Nadie en el barrio sabe si vino antes el libro o la camiseta. Pero un día cualquiera, la tarde que empezó a ser conocido como El Sueco, El Sueco entra en el bar de la esquina y empieza a disertar de la obra de Philip Roth. Según cuentan, es la primera vez que El Sueco viste su, luego célebre, camiseta de la selección de fútbol sueca y en las manos ya sostiene ese inseparable ejemplar de Pastoral americana. Quizá no habría sido motivo de mayor comentario, acaso mera anécdota expuesta al olvido, de no haberse repetido este comportamiento tan peculiar en todo lugar y circunstancia a partir de la fecha. Aunque, entre los vecinos, ha dejado de resultar extraño toparse con el Sueco recitando a Roth en la sala de espera de la planta quinta del ambulatorio al final de Reina Mercedes o divisar a El Sueco explicando a Roth a su predecesor en la fila de cajas del Dealz de Bravo Murillo o, y dicen que entonces su voz tiene un matiz cadencioso, casi hipnótico, escuchar palabras de El Sueco sobre las novelas de Roth emergiendo de la boca de metro de Estrecho más próxima a Juan de Olías. El Sueco siempre. Y siempre con Roth en los labios. Muchos son los que, tal vez hartos, han acabado por preguntarle: “¿Por qué, Sueco, por qué?”. Pero El Sueco jamás responde. Sin cambiar de tema, tampoco de camiseta, El Sueco sigue con Philip Roth y su gastada camiseta de la selección de fútbol sueca. Nada ni nadie mejor para hacerse El Sueco.

(DEP, Philip Roth)

sábado, 19 de mayo de 2018

Algunas noches de insomnio


Las camas de Estrecho crujen abarrotadas de ideas despiertas: y si cambio de trabajo, de casa, dejo mi vida, viajo lejos, muy lejos, empiezo de nuevo en otro lugar, con otro nombre, como otra persona... Pero son realmente pocos los atrevidos que se atreven, vistiendo de hecho al pensamiento, a dar ese pasito de calcetín blanco necesario para escapar de las sábanas, justo antes de empacar un equipaje fugaz y hacerse a la noche que afuera espera. Desde mi ventana alargada como un bostezo, insomne les veo perderse en el laberinto de calles que dibujan Madrid. Y apenas dejan rastro tras doblar la esquina. Tan solo sueños que me gustaría soñar algunas noches de insomnio.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Bingo


Si tuviese buena voz o al menos carisma, el jefe me daría la noche del viernes o sábado. No obstante, son las tardes de lunes a miércoles cuando canto números en un bingo de Estrecho. Pero tampoco me quejo. Mis clientes, en su mayoría mayores, casi simpáticos, a veces dejan propina después de que la fortuna les sonría. Aunque el día a día apenas cambia. Llego temprano. Me tomo una cerveza, más por vergüenza que nervios. El micro está encendido antes de que ocupe mi sitio frente a la sala. Sin mediar palabra, empiezo a recitar números y números. Toda una retahíla de cifras repetidas que solo se ve interrumpida ante la felicidad de un asistente al gritar línea o, mejor aún, bingo. Entonces, hay un leve jolgorio, pares de manos que aplauden y esa alegría contagiosa que siempre regala la suerte. Yo no me inmuto y paso al siguiente cartón. Así, canto uno tras otro. Puedo estar cuatro o cinco horas seguidas haciéndote ganar dinero sin perder la voz. Al cierre, Sara ya espera fuera. Cogidos del brazo, caminamos hasta casa mientras me va contando anécdotas de su trabajo. Hoy paramos a comprar cena. Sara pide dos porciones. Sonríe. Es línea. Bingo.

martes, 8 de mayo de 2018

VÉRTeGO


En la terraza más alta de uno de los más altos edificios de todo Madrid, el vértigo se me cae a los pies con cada nueva palabra de tus labios. Al murmullo de las cervezas, rodeados de pensamientos y nomeolvides, no sé cuánto llevamos hablando esta tarde casi atardecida. Tampoco sé bien decir qué nos decimos. Pero hay un conjuro en tu hablar cadencioso, esperanzado, irresistible. Supongo que es el momento. Pero los momentos nunca duran, si lo(s) piensas. Aunque ahora vas y sonríes. Adiós, vértigo.

domingo, 6 de mayo de 2018

La mañana de un día cualquiera


Amanece tan mal que sueña hacerlo todo bien, al menos hoy. La ducha, por tanto, larga y minuciosa. El afeitado, preciso. Con un peine, peina consuelo a los mechones de pelo más aterrados. Para desayunar, tres piezas de fruta, dos vasos de zumo recién exprimido, también una taza de té de tila, algo de pan integral con aceite y, a punto de caducar en la nevera, un yogur natural. Naturalmente, empieza a ser un poco tarde ya. Aunque en el metro, al arrullo de lo fugaz, experimenta por cada pasajero un afecto real e impreciso. Durante incontables estaciones y un par de trasbordos, vive momentos excepcionales que no/nadie recordará. La señal roja coronando el alto muro blanco anestesia esa penúltima duda. Pacientes, las puertas hidráulicas sisean bienvenidas constantes. El cuestionario impreso a doble cara se vuelve prolijo, desasosegante, de algún modo innecesario. Por fin, otro le esposa su destino a una de las muñecas. Y cruza pasillos, salas de espera, consultas. Pero nada parece (querer) terminar nunca la mañana de un día cualquiera mientras se deja ingresar.

martes, 1 de mayo de 2018

Mar de Cristal


La boca de metro se abre al sabor azulado, casi líquido, de Mar de Cristal en calma una tarde de mayo. Desordenados como caries, a izquierda o derecha de los puntiagudos escalones dentados y grises, cada ex pasajero asciende sobre el runrún eléctrico de la larga lengua mecánica, sin fin, siempre embarcada en otro nuevo viaje (salmón) río arriba. Varios peldaños más cerca del cielo, a punto ya de tocar tierra firme, tan pirata como sus vaqueros, los pendientes de aro, la bandana coral, con camisola blanco vela al viento y un ancla tatuada en ambos tobillos iguales y distintos, Mar lee tras sus anteojos un gastado mapa de Madrid, cuyas esquinas se doblan y desdoblan enredadas entre sus muchas pulseras. Hay un tesoro escondido aquí. Un dedo señala la X roja y precisa. Fuera de la boca de metro, la tarde de mayo se derrama a sorbos pequeños. Dos calles más allá, bajo la sombra de una improbable palmera, Mar queda muy quieta. Inquieta (son)ríe. Sus ojos brillan. Empieza a cavar.

domingo, 29 de abril de 2018

Changes


Al buzón de casa llegan cartas a nombre de otro. En el teléfono móvil se acumulan llamadas que no debieran ser para mí. Cuando abro Facebook, lo que encuentro me resulta extraño, desconocido. Incluso los datos y la foto del DNI en mi bolsillo se renuevan para identificar a un nuevo yo. Sin embargo, sigues empeñada. Nunca cambiaré.
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domingo, 22 de abril de 2018

(Otra) Casa tomada


Pese a que vivo solo y nadie tiene copia de la llave de casa, desde la puerta del bar de la esquina, esta noche miro hacia la ventana de mi salón y veo luz adentro. Con cada sorbo de cerveza, me convenzo un poco más de que soy olvidadizo, despistado, capaz de salir del piso sin haber echado la llave o sin haber apagado la lamparita bajo la que a diario leo; hoy, por no ir más lejos, un cuento de Julio Cortázar. También me digo o me cuento, y con el sabor de la cerveza salen y saben mejor las palabras, que las sombras que intuyo moverse tras el cristal y el estor de la ventana son únicamente eso: sombras, ilusiones ópticas, fantasmagorías de mi mente asustada ante el hecho de que empieza a hacerse tarde y Sara no ha venido al bar ni contesta al teléfono. El camarero, que mira como quien entiende, se ofrece a invitarme “a la penúltima”. Ya no debería beber otra. O puede que sí, pienso después de haber aceptado su ofrecimiento. Porque quizá no sea tan mala idea, antes de subir y volver a marcar los números de su número, apurar algo más de valor del fondo del vaso. Entre tanto, tal vez dé tiempo a que Sara aparezca y las sombras de mi casa desaparezcan.

sábado, 14 de abril de 2018

El tercio de los sueños


Desde hace hoy justo tres meses, a una hora tan improbable y nada taurina como las 3:33 de la mañana, de madrugada el viejo torero recibe en su ancha cama de Estrecho la visita de todos aquellos (casi incontables) toros a los que, a lo largo de una larga y vivida vida, dio muerte en plazas a ambos lados del océano. Fueron muchas (incontables) tardes de triunfos en la cercana Las Ventas, los abriles saliendo a hombros de La Maestranza sevillana y esos vítores irrepetibles que dicen aún se oyen allá en Aguascalientes. Temblequea la memoria del viejo torero, embestida por manadas de fantasmagóricos toros de lidia. El viejo torero rememora sus nombres (Lucero, Tiza, Sinfonía, Rayo, Maldito...) mientras los astados de ayer cornean el descanso sin descanso. A la mañana siguiente, una vez más, el madrugador sol de Madrid deslumbra al viejo torero, aovillado e insomne entre sábanas y tormentos. Dentro de la consulta número cuatro del ambulatorio de calle Infanta Mercedes, el doctor ausculta su pecho, le toma el pulso y receta pastillas amarillas; incluso pronuncia las palabras perdón y remordimientos. A nostalgias imperiales, en cambio, aluden los contertulios tras la barra del bar Míes. Acaso indeciso, arrastrado quizás entre ambas corrientes, el viejo torero esta noche, idéntica y distinta a tantas otras, sustituye el pijama por uno de sus viejos trajes de luces. Y se arropa con dos capotes. La muleta doblada hace de almohada. Debajo, ha escondido su estoque de San Isidro. No cree poder dormir, pero el viejo torero se duerme. 3:33. Bufidos, sombras a los pies de la cama, nervios que se tensan. Bajo un cielorraso oscuro, el traje de luces centellea lleno de suertes: naturales, redondos, derechazos, molinetes y pases de pecho. Los recuerdos ovacionan por última vez al viejo matador de toros. El tercio de los sueños casi toca a su fin.
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sábado, 24 de marzo de 2018

carDÍAco


Tu corazón no resistirá una vez más. Y una vez más, pese a las pesimistas palabras del doctor Juan, Juan se enrosca la bufanda al cuello, luego pierde sus brazos de (c)alambre y casi todo el pequeño cuerpo dentro de su más mullido chaquetón para así, bien temprano (requisito indispensable, mantra obligado de repetición diaria), venir a escurrirse por las aceras estrechas de Estrecho en invierno hasta el recodo con Infanta Mercedes. Donde el milagro cotidiano, la razón de otro nuevo día, aguarda y se produce en el instante preci(o)sísimo, por un momento las calles parecen volverse manecillas de un reloj, en que Juana (oh, Juana) dobla la esquina y también el mundo de Juan, plegándolo en mil y un pliegos, que son el amor y las partes del amor. A veces por las botas altas; en otras ocasiones, por los vaqueros bajos; o el abrigo camel muy cruzado; como su bolso oscuro y bolsa clara, inseparables de lunes a viernes; por el pelo amarillo, llovido, largo y más largo; por sus manos, que acarician y besan la mañana; y, sobre todo, por esos labios siempre rojos, de color ambulancia. Pero, en esto no cabe duda, don Juan ya ha dado guerra en La Paz demasiadas veces. Hoy es un atrevido gorro con visera y contra el frío que peina Juana lo que deja a Juan sin cabeza ni aire, cardíaco, tan tambaleante y herido de muerte bajo el cielo sin nubes de Madrid. Sobre el viento, no tardan en oírse las primeras sirenas. Cogidos de la mano, Juana repite todo va a ir bien. Y Juan sonríe, se estremece. Muere de felicidad.

sábado, 17 de marzo de 2018

Tattoo you


En una línea de metro bajo la ciudad, sobre las líneas mal escritas de su mano derecha, un viajero zurdo tatúa la buenaventura con tinta oscura y letra clara. Repetidas veces, cierra y abre el puño esperando aclarar o ultimar una última palabra por venir. Paciente, en la palma lisa y blanca como hoja de guarda, guarda y detalla detalles de nada. Todo lo que pone, pone una sonrisa sin risa en el porvenir de este viajero de viaje en metro. El futuro florece a flor de piel. Sueña sueños al alcance de la mano.


lunes, 12 de marzo de 2018

Noche hueca


Acaso por no darle más vueltas, apuntaré que esta noche me apena una pena hueca, imaginaria, algo ideal. Si no pienso en ella, se va. Por eso, ya conecto el televisor, pongo a los Rolling Stones bien alto, barro todo el piso, llamo y dejo que me llamen por teléfono, corro a encender un hornillo, preparo y tomo sopa, bebo una cerveza, luego otra, más la penúltima, mientras veo aburrido otro aburrido programa y escribo estas líneas, las borro, reescribo, paso página, abro un libro, leo el comienzo de un sueño, pero me desvelo y ahora cuento ovejas, todo un rebaño salta sobre el puente de mi nariz, los párpados que al fin se vencen, la cabeza se vacía, sin ti hueca.

sábado, 10 de marzo de 2018

SANdwichera


De un tiempo a esta parte, siento haber fiado mi felicidad a la inapetente compra de una sandwichera. Desconozco la razón, pero en la duermevela que anticipa el sueño, bajo la ducha sin alma de las mañanas, o incluso por las aceras estrechas de Estrecho, mientras esquivo de todo menos llegar a la oficina en hora, a diario me veo y recreo con mi nueva y flamante sandwichera bajo el brazo, y me veo y creo mejor. No sé. No se me hace extraño después del trabajo, mientras se iluminan esas farolas más madrugadoras, perder las atardecidas tardes de entre semana frente al escaparate de los bazares de Bravo Murillo. Detrás del cristal y sus reflejos contaminados, las sandwicheras son sonrisas de metal. Las hay de diferentes medidas y colores. Me gusta especialmente una de tamaño bien grande y color amarillo. Es un modelo, lo he leído en Internet, que puede usarse también como grill. Una doble función que, y hasta yo me sorprendo de ello, se me antoja antojadiza, apetecible, irresistible. Supongo que un día como hoy, o quizás hoy mismo, acabaré volviendo a casa con ella. Imaginarlo es tan sabroso: fuera de su envoltura de cartón, enchufo la sandwichera; el sándwich (y el mío siempre lleva una loncha de queso extra) aguarda en su plato a que prenda la luz. Entonces, introduzco el sándwich. Apenas unos minutos de espera de nada. Toda una pátina dorada da ahora aroma al sándwich, que regresa a su plato. Para enseguida cruzar la pequeña sala. En mi lado del sofá, la realidad se asienta. Un placer impaciente anuncia el primer mordisco al sándwich. De un bocado de muerte, devoro la tristeza.

lunes, 12 de febrero de 2018

70s

Nos asegura el veterinario que Uri ronda ya los 71 años. Según parece, la última década le ha cundido por siete. Parece mucho correr, hasta para un cuadrúpedo. Pero nuestro perro es así: corre, come, salta y hasta (se) duerme deprisa. La suya es sin duda una vida veloz, alegre, contagiosa. Por eso, cada mañana sus ladridos madrugadores desperezan el envoltorio de un nuevo presente.